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del

Pedro Bracamonte y Sosa
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Jueves 12 de enero, 2017


Quizá debí escribir en el título tan sólo las cuatro primeras palabras, pero mi disciplina de la Historia me impele a enfocarme sólo en temas de los que tengo suficiente evidencia empírica. Como sea, para el Mundo, la crisis que se desató en Europa en los inicios de este siglo fue el anuncio, y luego siguieron las quiebras de bancos de primer nivel y de las clases medias y altas y de innumerables empresas y de las hipotecas estadunidenses, y más. Pero el fondo no se sitúa en los capitales financieros que cambiaron de manos con la especulación, sino en algo muchísimo más grave y profundo, ese algo del que advirtió el premio Nobel estadunidense Joseph E. Stiglitz, desde 2009, con el título de su libro: [i]El precio de la desigualdad[/i]. El 1 por ciento de la población tiene lo que el 99 por ciento necesita. Buen conocedor del problema, no se quedó corto y demostró que ese uno por ciento que había acumulado la mayor parte de la riqueza producida en el globo también tenía su 0.1 por ciento de dueños del capital que acaparaba casi todo.

Es frente a esa acumulación inédita, y no propia del capitalismo que soñaron los auténticos liberales de los siglos XIX y parte del XX, que se rebelaron los ingleses que votaron por abandonar la hundida Unión Europea expoliada por Alemania. Es, también, el motor del levantamiento revolucionario ultraconservador que llevó a Trump a la presidencia de los Estados Unidos y el motivo secreto de su devaneo con Putin, el gestor de un nuevo imperio ruso. Asistimos a un alto deterioro de las condiciones de vida de masas humanas que hace pocas décadas sentían su futuro asegurado con el fruto de su trabajo, su inteligencia o su dedicación. El empobrecimiento generalizado es el problema de fondo. Porque la riqueza no se ha destruido, nada más ha cambiado de manos.

Para desgracia de los más de 120 millones de mexicanos de hoy, ese es precisamente el modelo de “capitalismo” impuesto desde el poder y de manera creciente desde hace 30 años, a lo menos. Lo más penoso es que los partidos políticos no solamente no se oponen en lo general sino que están conformados por camarillas de profesionales de la “grilla” que usan el presupuesto público para involucrarse en los negocios, en los que otras camarillas se incrustan en las instituciones para abrirle camino a esa acumulación de riqueza exorbitante. En su favor juega una única certeza: todo lo que hacen es legal, ha sido o será legalizado. El gasolinazo no es más que el pan nuestro de cada día; una consecuencia del truco de prestidigitador de las reformas estructurales que unieron, en el poder, a propios y extraños; esos tribunos de las dos Cámaras que sacaron tajada por su voto.

Y luego vienen los golpes de pecho. Varios de los gobernadores operaron el triunfo electoral del actual presidente comprando votos de pobres con dinero del presupuesto y con deuda pública. Lo curioso es que los que perdieron pecan de lo mismo. En este sistema algunos abusan del abuso y, entonces, son perseguidos y exhibidos. Al respecto, un gobernador castellano de la provincia de Yucatán, en los finales de 1660, instruyó a un capitán encargado de pacificar, sin éxito, una lejana zona del sur de Campeche cuyos indígenas se habían rebelado: “haga usted que parezca como que hace algo”. Flores de Aldana sólo quería distraer a la Corona de sus abusos económicos contra los mayas. Fue multado y castigado, pero retuvo la riqueza mal habida. Tales son los orígenes primigenios del capitalismo mexicano.

Si alguna duda cabe respecto del fracaso del capitalismo mundial, en el caso mexicano no existe ya el mínimo rastro de vacilación. Nadie puede suponer que empobrecer a la incipiente clase media mexicana de los años 60, reducir a menos de la mitad del salario real de los trabajadores, despojar a los ejidatarios de sus tierras con sobornos y corrupción, depauperar a quienes ya tenían algo para sus hijos; que un salario mínimo de 80 pesos diarios es de verdad un ingreso decente, que grandes casas comerciales lucren con la usura legal para el despojo de los que menos tienen, y más, pueda reputarse como el éxito de un sistema económico.

Hacia 1936, Siegfried Askinasy, un agrarista llegado a Yucatán, encontró en la población indígena y mestiza de una hacienda deformaciones corporales a causa del hambre por las condiciones de vida y de alimentación, y añadió que la carencia alimentaria se podía calcular en la falta de entre 50 y 70 por ciento de las calorías indispensables para el funcionamiento normal de la persona, por lo que concluyó que “el campesino yucateco padece una hambre crónica” que había llegado al extremo. Hoy se puede encontrar lo mismo, sólo con paliativos para que la gente no muera. Entonces, si un sistema económico debe ayudar a las personas a lograr el bienestar, el capitalismo mexicano ha terminado en un rotundo fracaso.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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