El silencio y la imagen como poética territorial

Johanna Martin Mardones*
Foto: Lux Perpetua
La Jornada Maya

Viernes 25 de junio, 2020

Trazar un mapa como recorrido en [i]El Silencio y la imagen[/i], exposición presentada el 12 de marzo en la Galería Lux Perpetua, que precise la narrativa visual propuesta por Damián Lescas, es admitir su obra como cuerpo territorial diverso e inacabado. Así entramos en el escenario de las influencias y la relación bilateral entre la pintura y la escultura que vibra en su discurso a veces como corteza, otras como médula de sus vivencias, relato que divaga y ocurre en la imagen.

El trabajo de Lescas se emplaza y emplaza desde su propia experiencia existencial al experimentar el [i]silencio[/i] y la [i]imagen[/i] como formas conceptuales de traslación a un territorio otro sin perder el hilo que invisible une-ata el engranaje al cuerpo mayor, los imaginarios (re)tenidos.

Las imágenes que dan valor a la composición aparecen supeditadas a un escenario de formas organizadas en un primer plano con fondo liso que casi no interrumpe ese primer plano atiborrado de formas animales y vegetales. Una fuerte influencia muralista se hace presente en las pinturas de gran formato y, curiosamente, en algunos grabados.

El artista pasa de zonas colmadas a espacios con menos proliferación donde la síntesis de la forma animal es el valor mejor logrado. En los primeros, la composición estilo mural, será fundamental en la relación entre flora y fauna como irradiación espacial-temporal.

En los platos, con imágenes de peces en su interior, la síntesis nuevamente se impone y propone una escena religiosa-alimentaria y mística a la vez, emplazándonos al territorio culinario como forma espiritual de vivir el alimento. El pez dibujado en el plato despliega una serie de proposiciones-relaciones que, en el plano de lo cotidiano, devela la ritualidad, una ofrenda misteriosa; el movimiento juega a combinar elementos desde la cosa a la sustancia, desde el objeto hasta la conceptualidad que lo nombra y lo determina. Los platos, de gran carga simbólica, fijan la cueva, la residencia y la morada que late en la memoria el habitante.

Algunos quiebres se destacan, me refiero a la relación protagónica de las formas sumidas bajo un surrealismo simbólico, a las pinturas con dibujos mitad hombre mitad caballo, por ejemplo. Las recreaciones místicas, especialmente en las esculturas, el colorido como valor pictórico predominante, recibe-admite en su territorio otras reflexiones gráficas más estructuradas que, por lo mismo, (des)articulan. Pienso en un surrealismo simbólico en mi intento por explicar cómo Lescas en una variada propuesta traza una trayectoria, a veces intelectual, que (des)arma la estructura establecida y la inserta en un contexto nuevo cargado de símbolos, íconos referenciales.

Entonces, ¿por dónde navega Lescas?, la persistencia por retener imágenes de lo vivido y la experiencia divaga por un periplo que apela a los sentidos: textura, aroma, sabor y color; relación disímil entre materia, tiempo y espacio que sugiere el entramado sensual-sensorial que atrapa.

Lescas contempla el mundo y su multidimensionalidad desde la experiencia y la resume en una ordenación-combinación que evidencia la carencia de límites en el hacer. Observar, escoger, recoger, urdir son acciones que aparecen y se van en el vaivén que propone el artista para vivir desde la médula.

Recorremos los espacios propuestos por el artista a nuestro ritmo, sin interferencias, en una obra limpia, fresca, como si la obra esperara silenciosa nuestra mirada y nuestro guiño.

*Artista visual, investigadora y crítica de Arte

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Edición: Gina Fierro