La Jornada Maya
Foto: Afp
Jueves 4 de junio, 2020
El próximo 4 de noviembre, en exactamente cinco meses, estaremos despertando con la noticia sobre quién será el presidente de los Estados Unidos; con las profundas consecuencias que eso tendrá para el medio ambiente, la seguridad y la economía mundial, la forma de hacer diplomacia y el tono general de las relaciones internacionales.
Sí, así de poco falta para la elección presidencial en el coloso del Norte. Una elección que ocurrirá el 3 de noviembre y que al día siguiente, un 4 de noviembre, sentará el tono general para el rumbo global del planeta y, tal vez, sobre el nuevo tipo de democracia y gobierno que vendrá en la historia de nuestra civilización, para bien y para mal.
Ya quedó claro que sí importa -y mucho- quién gobierna un país, sobre todo cuando quien lo gobierna piensa en concentrar los poderes presidenciales como no se había visto en décadas; cuando el presidente gobierna para sus bases y aspira a romper el régimen y su clase política a cualquier precio, con declaraciones y acciones mediáticas espectaculares y concentraciones políticas frecuentes; cuando el titular del poder federal establece las líneas de batalla entre un ellos y un nosotros; cuando el enemigo son las estructuras administrativas y cualquier contrapeso democrático institucional; cuando la solución es desplegar la guardia nacional. La presidencia de Donald J. Trump ha sido muchas cosas, pero intrascendente no es una de ellas.
Faltan 5 meses exactos para despertar con un nuevo presidente o un Donald J. Trump fortalecido y ratificado en su mandato. El camino no va a ser fácil. Será una votación bajo la sombra de la pandemia, la crisis económica y un presidente que descalificará a sus adversarios de cualquier forma y que, incluso, ha insinuado que las instituciones que organizarán las elecciones y contarán los votos no son del todo fiables ni reflejan la voluntad verdadera de los ciudadanos.
Podemos despertar el 4 de noviembre con resultados no reconocidos por algunos candidatos, con cuestionamientos a la legitimidad entera del proceso electoral, con actores que no estén dispuestos a entregar el poder. Eso puede pasar en la nación que por más de dos siglos ha reclamado para sí el título de “faro” de la democracia y la libertad, con o sin fundamento para ello.
Será un gran experimento social. Se ratificará al hombre fuerte o volveremos a una renovada idea de avanzar por consenso y dentro del marco institucional. Podemos asistir al final de la democracia moderada, de inclusión y evolución paulatina e incremental, o confirmar que la tendencia hacia una democracia de masas, movilización y militancia será el nuevo camino para el mundo. El peso de Estados Unidos como punto de referencia civilizatorio y cultural continúa siendo enorme, nos guste o no.
El 4 de noviembre sabremos si viene una agenda real frente al cambio climático y por la igualdad de género o si la humanidad se lanza a una regresión por los combustibles fósiles y las estructuras decimonónicas en la familia. Las líneas no pueden ser más claras.
En exactamente 5 meses veremos si avanzamos en una agenda internacional de integración o si el nacionalismo con tendencias aislacionistas se confirma como la nueva forma de actuar de la humanidad. No es poco cosa.
La historia está tocando a la puerta. Falta un abrir y cerrar de ojos para saber el futuro de fondo hacia el que caminaremos.
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