Ley seca: ¿Dónde está mi medicina?

Daniel Vera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 28 de mayo, 2020

La prohibición de venta de bebidas alcohólicas durante la pandemia ha generado malestar social en buena parte de la población. Aún cuando beber no es una actividad esencial, la opinión popular respecto a la iniciativa ha sido, en su mayoría, negativa.

La medida tomada por diversos gobiernos estatales buscaba, por un lado, evitar todo tipo de reuniones y aglomeraciones que pudiesen convertirse en un foco de contagio y por el otro, disminuir los índices de violencia familiar (con acento machista) producidos por el confinamiento. También se tomó en consideración que, en general, disminuir el consumo de alcohol es beneficioso para la salud.

Entonces, ¿por qué sufrir por algo que moralmente consideraríamos como bueno? Porque no hay nada tan humano como encontrar placer en lo dañino.

Respecto a la información acerca de los beneficios para la salud que conlleva dejar de tomar, sólo saber que algo es bueno no hace que la persona se vuelva más consciente de sus acciones. Una prueba de ello son las advertencias en las cajetillas de cigarros y recipientes de bebidas alcohólicas que no parecen generar ningún cambio tangible.

Para poder realmente comprender la molestia ocasionada por la Ley Seca primero es necesario considerar las motivaciones que llevan a las personas a consumir alcohol y el arraigo social que esta práctica tiene como motivador de convivencia.

En su venturosa apuesta por definir la esencia de la cultura nacional, Octavio Paz afirmó que el mexicano no quiere divertirse, quiere sobrepasarse. Pese a que tal señalamiento puede resultar un poco pretencioso, sí describe en parte la peculiar relación entre alcohol y exceso de nuestra sociedad. Muchos no beben porque les gusta el sabor de la cerveza, ron, mezcal o tequila, sino para extralimitarse. Lo que buscan es ir más lejos, perder la razón y obtener, al día siguiente, una cruda física y moral.

La realidad de nuestra sociedad es que tomar alcohol ya no es un conducto para pasarla bien, sino una forma de posponer las miserias; es un antídoto para evadir o sobrellevar los problemas. La práctica también es sumamente transversal socioecómicamente, porque mientras los ricos y las clases medias beben para que pase algo, los pobres lo hacen para olvidar lo que les pasa.

[b]La realidad que nos espera[/b]

Tras más de dos meses de emergencia sanitaria, todos vivimos en un estado de zozobra: experimentamos una mezcla de tristeza por lo que ha pasado y angustia por lo que está por venir. En los últimos días la Organización Mundial de la Salud ha emitido una alerta sobre las consecuencias sicológicas de la pandemia. Todo parece indicar que nos encontramos en el umbral de una crisis de salud física y mental y bien podríamos ver, en los próximos meses, un aumento local en el consumo de alcohol.

Más allá de sus motivos iniciales, la Ley Seca y sus reacciones tienen un efecto inesperado públicamente, pues han puesto sobre la mesa de discusión una serie de problemas que reclaman un reenfoque de nuestras políticas públicas. Si queremos acabar con nuestra insana relación con el alcohol, cuando se acabe la Ley seca y todos ingresemos a eso que se ha nombrado como nueva normalidad, tendremos que empezar a hablar no solo de que sucede afuera, sino también de lo que sucede adentro de nosotros mismos.

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Edición: Elsa Torres