50 sombras de Mau

Jhonny Brea
Foto: Captura de pantalla
La Jornada Maya

Viernes 15 de mayo, 2020

Si de algo estoy seguro es que este encierro nos va a dejar consecuencias y que el retorno a la nueva normalidad incluye muchos rencores.

Por ejemplo, donia Ixtab, mi suegra, está a punto de abandonar sus creencias cristianas. Dice que no le ha servido de nada ofrecer la cuarentena para que se levante la ley seca y ya quiere promover un golpe de Estado o que Mérida se independice de Yucatán. El otro día la escuché farfullando que nos gobierna un sádico que goza haciendo sufrir a los que necesitan de una cervecita para combatir el calor o equilibrar sus minerales.

Comprendo su frustración. Durante la cuaresma ella ofreció como penitencia pasarse los 40 días sin ingerir alcohol, y el síndrome de abstinencia le está aconsejando; ahora, a la menor provocación, le dice a sus vecinas que el gobernador es mucho más sádico que [i]Christian Grey[/i] y pide firmas de apoyo para una revocación de mandato. “Renán jamás nos hubiera traicionado así”, es la frase con la que remata sus conversaciones.

Pero les decía que además está por abandonar la fe cristiana. La semana pasada me interrumpió mientras limpiaba la lavadora para que no haya pelusas en la siguiente carga (ustedes saben, las labores propias de mi sexo) para pedirme que le consiga una botella de aguardiente porque le está preparando una ofrenda a Babalú Ayé.

Por supuesto, mi primera reacción fue preguntarle dónde iba a encontrar aguardiente si hay ley seca. “Pues tú eres hombre, tú debes tener tus proveedores”, fue su respuesta. Como podrán imaginar, respiré profundo, hice acopio de mi aplomo de macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga de presunta curva de COVID-19 en reporte de López-Gatell, abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light, cogí mi cubrebocas y me lancé en busca del preciado líquido. Lo único que encontré fue el trago que fabrican los Sobrino Argáez, ese que lo hueles y te caes… y eso le pasó a mi suegra.

Mientras, el resto de la tribu me está presionando para que abandone a Telmex. Resulta que por la reciente tormenta que hubo, aparentemente, un rayo terminó por echar a perder el módem y la línea telefónica fija. El primer día, como mis rapaces no pudieron conectarse a sus clases en línea, estuvieron felices, pero como después llegaron las comunicaciones de sus profesores (con más tarea) y después La Xtabay se dio cuenta de que era imposible ver Netflix, las condiciones para la tormenta perfecta se juntaron.

Por supuesto, reportamos la situación a la empresa de [i]Carlos and Charlie’s[/i]. La primera respuesta fue que “dada la contingencia” la reconexión iba a tardar entre uno y tres días.

Al tercer día, volvimos a reportar porque no había señales de nada, y obviamente el ambiente dentro de la casa estaba más caliente que la temperatura de la ciudad a las tres de la tarde. Imagínense que La Xtabay volvió a hacer el reporte porque se cansó de que una máquina le contestara que “ya se estaba atendiendo”, y cuando le contestó un humano diciéndole “si quiere le enviamos un recordatorio a la central”, ella soltó un “¡claro que se la recordamos a la central!”

Y además, como podrán entender, sin internet es imposible hacer [i]jomofis[/i], y ni siquiera ver Aprende en casa, porque los contenidos para mis engendros no pasan por televisión abierta. Por cierto, para intentar trabajar a distancia intenté llevarme la computadora a un parque para aprovechar la conexión que puso el municipio, pero a los 15 minutos llegó un guardaparque para decirme que no podía estar ahí.

Cuando vino el técnico de Telmex, una semana después del reporte, no sabíamos si ponerle grilletes hasta que solucionara todo o recibirlo con la alfombra roja, palmas y entonar hosannas.

[b]Macho omega que se respeta[/b]

Ahora pende sobre mí otra amenaza: La Xtabay dice que con eso de no poder salir y aprovechando que ya tenemos de vuelta el internet, me va a poner a entrenar con Bárbara de Regil porque tengo que perder unos cinco kilos de aquí a que volvamos a la nueva normalidad. Si apenas puedo con los ejercicios de Conchi León.

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Edición: Ana Ordaz