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Carlos Meade
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Jueves 26 de marzo, 2020

Ahora que el coronavirus está causando miles de muertes y graves afectaciones a la economía del mundo, es necesario preguntarse sobre la acción de otro tipo de virus que empiezan a diseminarse con igual o peor letalidad. Se trata de las opiniones y los prejuicios que se movilizan en todos los medios, los tradicionales y los virtuales, para tratar de reaccionar desde lo recóndito del temor no declarado y encontrar explicaciones y culpables de la crisis que atravesamos como humanidad o, mejor, como civilización.

Desde los que alardean blindajes con estampitas milagrosas hasta los que articulan conspiraciones secretas a cargo de la CIA o de otros servicios de espionaje, todos estos discursos abonan a la gestación de virus incorporales que infectan nuestro cerebro, y nos impiden analizar la información con moderación, sensatez e inteligencia. Y lo más grave, nos impiden actuar con prudencia, desde la solidaridad, la cooperación y el sentido de sobrevivencia que deberíamos compartir con el resto de nuestra especie.

En este circular de virus incorporales, cobran fuerza la paranoia, el racismo y la homofobia. Las noticias falsas viralizan la confusión y la estupidez. Y uno no sabe qué es peor, si las mentiras disfrazadas de información o la disposición a creer que tienen las masas, adiestradas como están en el rumor a cambio de información confiable y responsable; con la consecuencia devastadora de que esta nebulosa de pseudo ideas impide ver dónde están los verdaderos problemas.

Las opiniones sin sustento de quienes diseminan falsedades relegan el análisis de las problemáticas estructurales que son la clave para desnudar al sistema capitalista en su fase neoliberal y para entender, en este contexto, que la privatización de la salud pública está demostrando ser un obstáculo enorme para enfrentar la pandemia.

La epidemia de opiniones alarmistas que se venden bien en un mercado caracterizado por la desinformación sistemática, impide reconocer, también, cómo el sistema y su manejo de la información moldean nuestra subjetividad y nos convierten en sujetos pasivos, temerosos e incapaces de pensar en otros mundos posibles.

[b]Virus ideológico[/b]

Lo que es seguro de advertir es que vienen más crisis, derivadas de nuestro modelo tecnológico y económico dominante. Pero quizá no todo esté perdido. Slavoj Zizek, filósofo esloveno propone que “…tal vez otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extienda y nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación mundial.”

Quizá, se pregunta Zizek, lo que necesitamos para replantear de raíz un modelo social diferente, es una gran catástrofe que obligue a vivir y pensar diferente. Pero, por ahora, todavía la visión capitalista se impone, de forma que interesa más la estabilidad de los mercados que el número de víctimas. Se ha hecho evidente que lo que preocupa a las élites es que “los mercados se están poniendo nerviosos”.

Por lo demás, como sociedad mundial, aún estamos trabajando esforzadamente en construir esos escenarios de catástrofe que nos llevarán a un nuevo modelo social, si es que antes no sucumbimos como especie.

Desde la península yucateca, podemos vislumbrar, dada su peculiar fragilidad ambiental, cuáles serían esos escenarios catastróficos que heredaremos a nuestra descendencia: el aumento del nivel del mar hará desaparecer las ciudades costeras; las sequías prolongadas obligarán a las comunidades campesinas a emigrar a tierras altas, donde la disputa por la tierra será muy violenta; miles de especies buscarán refugio en otras regiones y muchas de ellas no lograrán sobrevivir; la intrusión salina del acuífero dará al traste a esta gran reserva de agua dulce y hará inviable la vida sobre un suelo kárstico pobre y seco.

Mientras tanto, los efectos de las medidas drásticas aplicadas en nuestro país y región y en los países emisores de turistas nos afectarán más que la propia epidemia. Eso es seguro.

Pese a todo ello, la naturaleza nos agradece la pausa, se toma un descanso y nos invita a valorar el aire puro y las aguas cristalinas para moderar el ritmo de nuestro crecimiento y la presión a la que estamos sometiendo a los ecosistemas del mundo. Ya va siendo hora de tomarse en serio el decrecimiento sostenible.

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