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Margarita Robleda Moguel
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Lunes 16 de marzo, 2020

El primer contacto con el cambio me tocó en el aeropuerto de Cancún. Me sorprendió verlo sin prisa. Pensé que era por la hora tan tempranera.

Lo siguiente fue un vuelo semi vacío rumbo a San Francisco, que no me dio preguntas sino el gusto tener tres asientos a mi disposición.

La sorpresa enorme fue entrar a uno de los puertos más concurrido de vuelos rumbo a Asia, sin concurrencia. No hubo cola para migración ni multitudes por los pasillos, ni siquiera a la salida en la zona de seguridad.

Alguien me comentó que no lo había visto así desde las Torres gemelas. Recordé que en eso entonces no nos dominaban las redes. Si bien el llamado septiembre 11 nos cambió la forma de viajar en avión, ahora, con este exceso de información, pareciera que somos parte de una película de las del fin del mundo que estila Hollywood. Nadie es ajeno, más bien, nos comportamos como los protagonistas que tenemos que definir cuál será nuestra postura, si de los que se protegen agotando la existencia de papel de baño de las tiendas o los que tratan de entender cómo cuidarse del bicho coronavirus, igual que del otro, el coronapanicus que seguramente tendrá muchas más víctimas.

Llegamos a Singapur. La visita a esta ciudad fuera de serie, además de ser nuestro puerto de entrada al continente asiático, ha sido la inclusión al tsunami mundial que el coronavirus y sus oleadas de pánico han provocado. Por un lado, el grupo disfruta los maravillosos jardines y la increíble propuesta que se imprime en la bandera de Singapur con sus cinco estrellas que representan los ideales de democracia, paz, progreso, justicia e igualdad, que son la base de este país y las noticias terroríficas que nos dicen tendríamos que ver por aquí.

Según dicen, el calor mata al bicho, sin embargo, Tailandia y Vietnam nos cerraron las fronteras. Me pregunto si prefieren no tener turistas que atraen el reflector mundial sobre sus sistemas de salud. Se entiende.

Y en este, “A río revuelto ganancia de pescadores”, no me queda muy claro quién gana o pierde. Por lo pronto los ganones son los que producen el gel, las mascarillas, las farmacéuticas que hoy nos venden la vitamina C y mañana la vacuna. ¿Quiénes pierden? Todos los demás. Sobre todo, la industria turística. Porque si bien alguno morirá por el bicho, muchísimos lo harán del miedo. Miedo que nos baja las defensas y nos hace presas fáciles de las bacterias y de los que saben que un pueblo con miedo se controla mejor.

La verdad, el viaje y el grupo están de lujo. Me siento muy protegida por Tiempo Libre, la agencia de viajes que ha hecho los cambios necesarios y estoy de acuerdo en guardarme 14 días a mi llegada, “por sí”. Me duele más pensar que en este momento hay millones de migrantes que son rechazados y que no tienen a donde regresar. Eso sí es un problema.

Toca investigar qué nos toca aprender de todo esto. En Italia, por ejemplo, las familias están recuperando la convivencia que las prisas les robó. Quizá este bicho nos sacuda y despierte nuestra conciencia humana que, en alguna vuelta del camino, sin darnos cuenta, perdimos.

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Edición: Elsa Torres


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