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Olivia L. Huacuja
Foto: Vicky Reyes
La Jornada Maya

Domingo 8 de marzo, 2020

Si usted es una persona que tiene dos ojos o algunas extremidades o un cerebro, o habla o entiende medianamente el castellano o cualquiera otra lengua, o vive en el siglo XXI (que a veces parece más el siglo XVII) y en algún país del mundo (quizá llamado México), muy posiblemente usted ha reproducido alguna conducta machista. Pero no se desmotive… Siga leyendo.

Yo he reproducido machismos, mis padres lo han hecho; mis amigas, amigos y mis profesores han sido machistas. Las gurús del feminismo muy probablemente también.

Mi objetivo no es nombrar toda persona que haya osado cuestionar la inteligencia de una mujer nomás por ser mujer o creer que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Si ya está leyendo este texto, puedo suponer que le interesa saber qué lo haría machista y eso, querida lector (sic.), ya es ganancia.

¿Por qué creo que es ganancia? Porque vivimos un tiempo en el que no nos permitimos equivocarnos nunca, en el que todo va rápido y no paramos a cuestionar qué estamos haciendo ni por qué. Vivimos rodeados de opinólogos todólogos que todo saben(mos) y estamos en una constante competencia por hacer las cosas bien, por ser las mejores en todo. Si usted ha abierto estas páginas y se ha frenado a leer este texto para cuestionarse si es machista, ha dado un gran paso. Pero no es suficiente. Sigamos.

Esta sociedad nos ha enseñado a ser machistas. Desde que salimos de la panza de nuestra madre hemos aprendido que a los niños les gusta el color azul, los carros, los aviones, correr y aventarse desde los árboles. A las niñas les gusta el color rosa, jugar a la casita, tomar el té, cuidar a sus muñecas y bañarse porque qué asco estar toda sucia como los niños, a ellos no les importa.

Después, aprendimos que los niños son los que juegan fútbol en los recreos y las niñas se juntan a chismear. En clases, los niños opinan y hablan más fuerte; las niñas no responden ni participan aunque sepan la respuesta porque qué miedo equivocarse. En la escuela aprendimos que las niñas usan faldas y están bien peinaditas, con moños, aretitos muy monos. Los niños usan pantalones y corren y siguen sudando. Las misses y los amigos de nuestros papás les dicen a los niños que qué grandes, que qué fuertes, qué rápido corren. A ellas, que qué bonitas están.

En primero de secundaria, un amigo mío se pintó las puntas del pelo güeras. Le llamaron [i]puto[/i] y [i]maricón[/i] por más de un año. Repito: se pintó el pelo de rubio y eso ameritó ser molestado por adolescentes que nada sabían sobre lo que estaban insinuando. Lo que nos estaban diciendo era que los hombres no se tiñen el cabello a menos que sean homosexuales y que, además, ser homosexual no está bien. Tanto asumieron por un cambio de look. En todo se equivocaron.

En secundaria, también veía que ellos eran los que le pedían ser novias a ellas. Nunca al revés.

Y así, aprendemos varias cosas: que los hombres son los de la razón y las mujeres sólo se dejan llevar por sus emociones; que los hombres son quienes pueden opinar, las mujeres se enojan y son [i]histéricas[/i] –expresión machista—; están locas. No hay que prestarles atención porque están en sus días. Aprendimos que los hombres son los activos y las mujeres son pasivas; que ellas no pueden ser enojonas, pero sí lloronas; ellos no lloran y sí se pueden enojar y que, cuando se enojan, está bien si son agresivos y alzan la voz porque “ya sabes cómo son”. Ellas son cuidadosas y cuidadoras; ellos, toscos. Ellos no tienen emociones; deben de ser fuertes. Ellas son las emocionales, pero son pasivas –y cuando se activan, ay qué locas, que se siente la señora.

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Foto: Alicia Morales

Con todo esto, el mensaje es claro: el mundo está dividido en dos y nada más en dos. Sólo hay dos polos fijos, y son opuestos. La violencia o la paz, el amor o el odio, la razón o la emoción, la acción o pasividad, el rosa o el azul.

¿Y si nos atrevemos, sólo por hoy, a parar e imaginar una realidad diferente? ¿Y si de pronto pensamos en una sociedad en la que no importa cómo te vistas ni qué quieras, ni si nos gusta el rosa o el azul, o el morado, o el verde, o el amarillo, naranja, turquesa, negro, o rojo?

¿Y si paramos no sólo hoy, sino los días que vienen también, a cuestionar nuestros propios machismos y los de esta sociedad, que tanto odia a las mujeres? ¿Por qué las odiamos tanto? ¿Por qué seguimos alimentando los estereotipos de género que tanto nos duelen? Querida lector, pare. Paremos.

Sí, tenemos mucho por hacer. El Día Internacional de la Mujer no es una celebración a las mujeres, no. Es un recordatorio constante de las luchas que las mujeres alrededor del mundo han logrado porque se atrevieron a parar y cuestionar. Ellas se atrevieron a pensar que quizá, sólo quizá, lo que ellas habían aprendido no estaba bien; no era justo. El día internacional de la mujer no es una celebración. Es un recordatorio de las luchas pasadas para darle chispa a las que vienen; alumbra el largo camino que todavía nos falta para que todas las personas se tiñan el cabello del color que quieran sin ser etiquetadas y lastimadas. Eso y mucho más.

Querido lectora (sic.), gracias por parar hoy a imaginarse algo diferente. Paremos y sigamos cuestionando.

[i]Ciudad de México[/i]
[b][email protected][/b]


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