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Margarita Robleda
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Martes 25 de febrero, 2020

Para decir ‘Ni una menos’, hay que dejar de criar princesas indefensas y machitos violentos, decía un texto que me llegó al celular. ¿Por dónde se empieza? Quizá podríamos comenzar por desmenuzar lo que vemos y replantearnos todo.

En las juventudes me tocó la consigna de que nuestro objetivo era casarnos con un hombre guapo y rico que nos hiciera felices. La lectura me salvó: la lección de vida que recibí de Jo, el personaje de la novela [i]Mujercitas[/i], mi libro de cabecera, me hizo huir a la ciudad de México en busca de respuestas al caudal de preguntas que me ahogaban. A pesar de que eso sucedió hace medio siglo y que muchas de las nuevas generaciones se niegan a tener como meta única el matrimonio, aún hay miles de niñas a las que siguen educando que su cuerpo es su valor principal y agradar a los demás, su fuerza. A los niños el sistema les dice que, por ser hombres, merecen todo. Ambas situaciones crean un conflicto que nos atropella.

Una directora me platicaba sobre el reto que se presenta en su jardín de niños donde últimamente se ha vuelto más común que los padres se despidan de sus hijos con besos en la boca. Me contó que una maestra vio a un niño negarse y al padre a forzarlo a aceptarlo. Hablábamos de los problemas de higiene además de la vulnerabilidad que se les fomenta a los pequeños. Cualquiera puede venir a robarte un beso.

Hace algunos años en Campeche me invitaron a ser jurado en un concurso de trajes regionales. Acepté porque pensé que era solamente eso. De pronto anunciaron la etapa de “talento” y comenzaron a desfilar por el escenario niñas vestidas de minifalda y botas. Busqué miradas de empatía ante el asombro y mi sorpresa fue ver que todos estaban encantados. Las reflexiones se multiplicaban. ¿Qué debía hacer?. Mantenerme callada sería complicidad. Si hablo, me dije, me van a ahorcar, pero si me callo, me voy a ahorcar yo.

La gota de agua que derramó el vaso fue ver a una niña bailando con ademanes eróticos: “Pero ven y ven, y ven, ladronzuelo ven…” Pedí la palabra. “Quiero felicitarlos, comencé ignorando el abucheo, porque, qué bonita se ven nuestras niñas vestidas de campechanas. Pero también quiero invitarlos a reflexionar, que lo que se siembra se cosecha. Y si damos emociones, ademanes, vestuario y propósitos que no tienen que ver con su edad, quizás no nos guste lo que vamos a lograr. Estamos aquí porque amamos a nuestras niñas”.

Con el tiempo comprendí que necesitamos hablar más al respecto. ¿Por dónde se empieza? Creo que un buen inicio se dio en Bacame, Sonora, donde la SEP invitó a la comunidad de los tres niveles educativos a reunirse: jardín de niños, primaria y secundaria. A mi me tocó ser madrina del encuentro de padres de familia. Las consecuencias de una mala formación en el inicio, alcanzan los grados superiores. Queremos satisfacer nuestras carencias y los sobreprotegemos sin tomar en cuenta de que lo que damos, es educación para la vida. Y muchas veces hacemos hijos débiles, incapaces de manejar la frustración. Parte del trabajo es que entiendan sus emociones, aunque claro, somos los adultos los que tenemos que iniciar a entendernos a nosotros mismos.

Mucho por hacer. ¿Por dónde se empieza? ¡Comenzando!

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