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Foto: Fernando Espejo

La calle donde está la casa en donde vivo le da la vuelta al mundo, 
sale por una esquina a todo el cielo y a todos los paisajes, 
si pudiera me fuera caminando hasta volver a ella por la otra esquina, 
mi calle es de ida y vuelta, pero así han sido siempre todas las calles donde he vivido...

Sobre la avenida Pérez Ponce se encuentra esta casa circundada por un jardín hermoso y radiantemente iluminada, que fue testigo de los primeros frutos del trabajo de un joven poeta. La calle, el pozo, los rieles del tren, todo cuanto le rodeaba era fuente de inspiración. Al paso del tiempo, su enorme talento, sensibilidad y elocuencia lo llevaría a la fama mundial, convirtiéndolo en un ícono de su siempre amado Yucatán. 

Fernando Espejo Méndez nació el 13 de junio de 1929 en la ciudad de Mérida. Su papá, don Fernando Espejo Solís, era dueño de la perfumería Espejo y tenía negocios de cristalería. Ingenioso e inquieto como fue siempre don Fernando, un día caminando por el centro se le ocurrió la idea de comprar una casa y la de atrás, tirarlas y construir una calle para convertirla en un área comercial; así nació la Primera Calle Nueva –ahora Pasaje Emilio Seijo Rubio- en el centro de Mérida. 

Doña Meri Concepción Méndez Erosa, mamá de Fernando, quien era conocida en toda la ciudad por su talento para la confección de ropones -los más bonitos en Mérida-, impartía clases de costura en su casa.

Don Fernando y doña Meri fueron bendecidos con cuatro hijos: Victoria Toyi, Fernando, Jorge y Lida. 

Fernando heredó el encanto y actitud positiva de su madre, y por el lado paterno, el amor por la lectura. Una mañana, mientras don Fernando estaba leyendo el periódico, se topó con uno de los poemas de su hijo -el tierno poeta tenía 16 años-, se dirigió a su cuarto y dándole un suave golpe al brazo de su hamaca con el periódico, le dijo: despierta poeta, recuerda que “la poesía viste, pero no calza”. 

Fernando, un joven consciente pero ilusionado, continuó mostrando su trabajo a maestros y escritores yucatecos, quienes le aconsejaban escribir sobre sus recuerdos y vivencias.

Fernando asistía a la escuela Modelo y apoyaba a su papá en los negocios sin dejar a un lado su mayor pasión que era escribir. Al cumplir 21 años conoció al amor de su vida, una joven de fresca belleza, amplia sonrisa y una personalidad alegre que lo enamoró; una yucateca de origen español, que pasaba frecuentemente por la Perfumería Espejo, su nombre era Gloria Real Mercado. Gloria cayó rendida ante la mirada dulce y cautivadora de Fernando, se hicieron novios y dos años más tarde, consciente de su gran talento, lo impulsó a probar suerte en la ciudad de México, pues “Mérida ya te queda chica”, le decía. 

En 1953 Fernando escribe el guión de El Tuerto, uno de los cuatro cuentos de la película Raíces (premio de la Crítica en Cannes, 1954), producida por Manuel Barbachano, quien invita a Fernando a participar como asistente de dirección en la película. Durante este tiempo, Fernando pudo constatar cómo a través de una pantalla, el arte toma alcances inimaginables y logra llegar a lo más profundo del ser. 

Su ingenio y creatividad, aunados a su condición de poeta, comenzaron a abrirle puertas en el mundo del cine. 

Para su fortuna podría “vestir” y “calzar” haciendo lo que le apasionaba.

En 1954, Manuel Barbachano lo nombra jefe de redacción en el noticiario Cine Verdad y comienza a escribir guiones para los documentales del noticiario. Cine Verdad era proyectado semanalmente en todas las salas de cine en México en una época en que el surgimiento de la televisión era muy reciente.

Al año siguiente, el 30 de julio de 1955, Gloria y Fernando contrajeron matrimonio en la iglesia de la Sagrada Familia, en la ciudad de México. Fernando enamorado, le dedica a Gloria El Azúcar.

Hacia tu corazón y a mis colmenas ansiosas de tu miel voy y regreso 
Y me revuelvo y zumbo por tus venas, para librar tus flores en un beso.

Apenas si tú puedes con el peso del racimo de néctares, apenas
Y entre tus labios voy viviendo, preso
de la miel que atesoras y almacenas…

Gloria y Fernando tuvieron tres hijos, Fernando, Isabel y Jimena.

Jimena describe a su papá como “Un ser gozoso, amoroso de la vida y de la gente que lo rodeaba. Disfrutaba la vida al máximo, pero aún más, cuando estaba en Mérida saboreando un buen puchero o un caimito.

“Su nitidez al expresarse y un gran amor por el conocimiento, reflejado en un constante interés por investigar, lo caracterizaron toda su vida. Le gustaba saber distinguir el significado de las palabras, estar actualizado; de repente me sorprendía usando un USB a sus 70 años (en los años noventas). 

“Una vez filmó un comercial de rasuradoras en el que Cantinflas rasuraba a todos los vaqueros del oeste, mi papá era un hombre muy simpático y para con sus amigos tenía corazón de condominio, hablar de ellos era como estar con ellos.

“A sus hijos siempre nos consentía, aunque esto le granjeara roces con mi mamá.

“Su gran virtud fue siempre la de saber escuchar. 

“Recuerdo que el mal humor se apoderaba de él cuando sentía hambre y el comer parecía lejano, y al preparar su maleta (en Mérida) para viajar de regreso a México”. 

En los años 70’s crea De Regil y Espejo, en sociedad con Patricio de Regil; al poco tiempo de finalizar la relación laboral, ya de manera independiente, inaugura Cine Creativo, su propia productora dedicada mayormente a la realización de anuncios comerciales. En ella Fernando cosechó una larga fila de éxitos producto de su notable capacidad de improvisación y de una incesante búsqueda de empatía con el público. Su primer comercial fue el de “la llanta fría” de Euzkadi Radial, filmado en el garaje de su oficina. En esa época, su hermano -cómplice y amigo- Jorge Espejo, comenzó a trabajar con él. 

Martha Espejo, hija de Jorge, me cuenta: “Mi tío Fernando era un hombre alto, bien parecido y de gran personalidad desde siempre. Mi papá se fue a trabajar con él a México y a veces nos llevaban, a mí y a mis hermanos, a ver las filmaciones. Recuerdo que había muchísimos actores, mesas enormes llenas de comida, cámaras y gente por todos lados; filmar un comercial en esa época era como hacer una película”.

Logró hacer “poesía visual”, plasmando de manera elegante su poesía en la pantalla e innovó la publicidad de su tiempo con una creatividad única.

Fernando conoce a Jorge Ruz en 1973 y comienzan lo que sería una larga relación profesional y una profunda amistad. Jorge me platica sobre su gran amigo:

“Fernando era un ‘hurgador de almas’, al que le boleaba los zapatos le preguntaba cómo le iba, se interesaba genuinamente por la vida de las personas. Cuando nos conocimos tuvimos una empatía casi inmediata, yo me dedicaba a dirección de cámaras y él me pidió fotografiar sus comerciales, sólo había dos compañías que resaltaban por su trabajo en México, Cine Creativo era una de ellas, su calidad de trabajo era muy superior al resto. Fernando llegaba a un set y le decía a Ramiro (su asistente personal): mi silla aquí, mi cámara aquí, la mesa aquí, el dominó aquí; se volteaba y le decía a su productor: ¡y tú aquí! Su corpulencia y personalidad imponía, al hablar se notaba su sentido nato para la dirección y conducción de actores. Nuestra relación evolucionó, me llamaba cariñosamente, ‘hermanito’”.

“Puedo decir que, si alguien ha influido en mi vida, ese ha sido Fernando Espejo, no tanto en el sentido de hacer las cosas como él, sino en saber gozar la vida como él lo hizo”.
Reconocimientos

Su primer reconocimiento le fue entregado en 1959, el Premio Teponaxtli de Malinalco por el documental Historia de la Cocina Mexicana, escrito por el reconocido poeta Salvador Novo. A partir de su productora Cine Creativo su carrera despuntó y fue galardonado con premios como el Volcán, en el marco del festival Pantalla de Cristal, entregado en la Cineteca Nacional; el premio Clío en Nueva York, por el anuncio de Seguros América Banamex del niño y el perro, en 1970; el León de Plata, en 1971, del festival de Publicidad de Cannes por marabunta de camiones Ford, filmado en Mérida con “sayes”; y el Hollywood Annual Award en Los Ángeles, California.

Recibió la Medalla Yucatán en 1987 y en 1993, la Medalla Eligio Ancona, el reconocimiento más importante entregado en Yucatán.

Obra literaria

Fernando fue autor de un gran número de libros, escribió poesía, verso, aunque siempre se inclinó por el soneto. Algunos de ellos fueron musicalizados por cantantes famosos como Pablo Milanés. 

Su primer libro de poesía, La Flauta de la Caña -con dibujos de Fernando Castro Pacheco- fue publicado en 1960. A este le siguieron: Sonetos de la Sal, Como un antiguo Caracol, La Flauta y el Caracol, Cal y Canto, Un Salitre Lejano.

Afianzó buena amistad con grandes poetas y escritores como Rosario Castellanos, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, quien escribió el prólogo de uno de sus libros.

En 1992 publicó Mérida Poro por Poro,

Mérida siempre, en todos los momentos:
Se sube a mis presiones arteriales
y viaja con mis cartas credenciales 
en el golpe de voz de mis acentos…

Tragaluz fue publicado en 2001 y cinco años después el libro de poesías Inventario. La última publicación que realizó en 2007 fue El Cráter de Chicxulub y la Extinción de los Dinosaurios, un trabajo en conjunto con su gran amigo, el astrónomo yucateco Arcadio Poveda. Ambos se complementaron maravillosamente para la creación de este libro, me han contado que durante el tiempo que trabajaron juntos mantenían divertidas discusiones, ya que el astrónomo medía la distancia en unidades astronómicas y el poeta – que definía a las estrellas como “el polvo que cae de las alas de los Ángeles”- en nostalgia.

En los años 90, prácticamente retirado del mundo del cine y la publicidad, sus viajes a Mérida se hicieron más frecuentes. Pasaba temporadas en el puerto de Progreso, disfrutando deliciosos baños de mar y saboreando amenas charlas con sus adorados amigos, Adolfo Patrón y Álvaro Ponce, quien además era su cuñado. Fernando decía: “Ningún mar huele como el nuestro, su olor se siente desde mucho antes de llegar a él”.

Fernando Espejo trascendió a la siguiente vida el 12 de septiembre del 2007 a causa de una disfunción hepática. 

Nos deja un legado invaluable de poesía, sabiduría y amor a la vida pero sobre todo, del orgullo de ser yucateco, que manifestó a cada instante y que hasta la muerte, llevó impreso en el alma. 

Con este fragmento termina el soneto de “Hoy” de su libro Un Salitre Lejano.

Sólo sé que uno muere cada día,
-todos los días uno muere un poco-
Pero hoy, no me he muerto casi nada.

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