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Jordy Micheli*
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Jueves 6 de febrero, 2020

El Tren Maya parece asociado a demonios. El más conocido es el relato futurista de la devastación ecológica y la agresión a las comunidades originarias. Del que menos se habla es el demonio de seguir tal cual en la economía peninsular y agrandar la brecha del desarrollo dentro de la región y entre ésta y el centro-norte del país.

Con las estructuras económicas actuales y con las dinámicas existentes sólo es posible avizorar tres hechos: la continuidad de una industrialización basada en salarios extremadamente bajos y actividades de poco valor agregado, que nutran una metropolización desordenada y polarizante a partir de Mérida; una exacerbación del urbanismo ecocida de la costa caribeña y para el estado de Campeche, el de la economía más debilitada, la redición de una actividad desequilibrante de enclave petrolero en las dos ciudades de la costa.

Con algunos cambios de actores y sectores económicos, poco se diferenciará este escenario del que Claude Bataillon dibujó en su clásico trabajo sobre las regiones económicas en México, a fines de los años 60 del siglo pasado. Territorio calizo sin corrientes de agua superficiales, esenciales para la vida productiva en sus zonas pobladas del noroeste; selva en la mayor parte hacia el sur, amén de barreras coralíferas que disminuyen la potencialidad de la economía basada en las vías marítimas, fue lo que recalcó el geógrafo francés.

En la fase histórica que le correspondió observar, refirió para el estado de Yucatán sólo la declinante agroindustria exportadora basada en el henequén y un débil sistema de ciudades con poca movilidad, entre ellas en la porción norte del estado. Para Campeche, la actividad económica de su puerto para exportar maderas finas arrancadas a la zona selvática, y para el territorio de Quintana Roo una escasa población, básicamente de origen extrapeninsular, con una base productiva basada en la explotación del chicle en Chetumal. En suma, debilidad de los fundamentos integradores de una economía regional.

Esta debilidad se reprodujo en los años siguientes. Ha sido suficientemente estudiado y reseñado que las dinámicas económicas dentro de la península fueron poco conectadas e insustentables. La agroindustria henequera desapareció, con devastadores efectos sociales; la explotación petrolera en la Sonda de Campeche en los 80 creó una economía de enclave en el estado, y el gran polo turístico de Cancún desde los años 70 provocó una acelerada urbanización de carácter polarizante y ambientalmente depredadora en la costa norte de Quintana Roo.

El demonio de esta reproducción desigual del territorio sostiene los alfileres con los que estos estados se colocan en el tablero nacional. Yucatán, aún con su rápido crecimiento manufacturero, participa tan sólo de 1.2 por ciento de la producción nacional industrial; Quintana Roo, 0.2 por ciento y Campeche, 0.1 por ciento. La aguda asimetría existente entre los tres estados en su base productiva material es el principal motor de desigualdad en la región. Ciertamente podemos imaginar que una economía de servicios moderna, dinámica y con salarios dignos es el salto estructural que deben dar estas economías pero, sin encadenamientos a procesos de industrialización locales, este ejercicio de imaginación se ve cuestionado.


[b]¿Y el tren?[/b]

Todo proyecto de desarrollo regional produce efectos transformadores de jerarquías a varias escalas: desde lo local hasta la extranacional. Siempre ha sido así y no es de ahora ni de la fase neoliberal de la economía. Ninguna realidad territorial es simple, como la bélica narrativa anti-tren lo intenta mostrar y menos aún si el espacio es el de la península de Yucatán, que es tan rico y culturalmente universal como pobre y económicamente excluido. El proyecto del tren se inscribe en una región sociohistórica de profundas desigualdades y es obviamente una iniciativa de transformación de movilidades, urbanización e industrialización. Si no es una infraestructura que desencadene nuevas capacidades laborales, emprendimientos locales, conectividad social, regulaciones para asegurar la sustentabilidad, reglas claras de respeto a las comunidades originarias, y si en su conjunto no revierte las trayectorias de desigualdad, entonces si aparecerá ese demonio escondido. Toca a la creatividad regional y a la política estatal no convocarlo.

* Investigador UAM

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