José Juan Cervera
Foto: INAH
La Jornada Maya
Martes 4 de febrero, 2020
Los relatos tradicionales se mantienen frescos en el gusto de muchas personas porque su fuerza narrativa toca puntos sensibles de su experiencia vital, y no importa demasiado si sus personajes y sus atmósferas de origen se muestran distantes en el tiempo; fortalecen lazos esenciales a partir de un significado común, aunque varíen en la forma como llegan a sus destinatarios.
Los libros de este género se confeccionan con la información que aportan diferentes registros documentales y, por supuesto, con versiones orales que han logrado prolongarse en fuentes escritas que las extraen de su estado inicial para fijarlas en un nuevo soporte; o bien ocurre lo contrario, cuando de la escritura pasan a la expresión viva de la voz en contextos populares que se apropian historias validadas así por un público que sobrepasa cualquier ámbito lector sin contraponerse necesariamente a él.
Es conocido el deleite que significó para el escritor coahuilense Artemio de Valle-Arizpe todo aquello que se relacionara con el virreinato de Nueva España, y es así como su obra desborda una pasión por esa época que en gran medida se hace contagiosa gracias al estilo cautivador que lo caracterizó, aserto que puede corroborarse con la lectura de sus crónicas, novelas y ensayos. Entre sus numerosos títulos, el que designó como [i]Libro de estampas. Tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal[/i] (Madrid 1934, con una segunda edición en México en 1948) trae una rica selección de leyendas y hechos procedentes no sólo del centro del país sino también de otras de sus regiones, con su temporalidad extendida en las sucesivas etapas de la dominación que ejerció la metrópoli de ultramar.
Este libro contiene, por ejemplo, un capítulo dedicado al célebre “duende parlero de Valladolid” que el deán Pedro Sánchez de Aguilar incluye en su [i]Informe contra los adoradores de ídolos del obispado de Yucatán[/i], escrito en 1613. Claro que hay un contraste notable entre el estilo genuinamente arcaico del clérigo vallisoletano y los amenos pasajes que recrea quien fuera cronista de la Ciudad de México desde 1942, al describir los enredos atribuidos al duende o demonio murmurador y bullicioso, que entre otras aficiones “gustaba meterse debajo de las anchas faldas de las damas, y desde ahí decía cosas terribles, y las pudorosas y cándidas señoras se desmayaban en el acto, creyendo que alguna parte de su cuerpo ya tenía voz”.
El autor se ocupa también de ofrecer su versión de la leyenda de la Mulata de Córdoba, personaje al que por cierto José Luis Martínez Morales siguió la pista cuidadosamente a lo largo de los variados registros escritos que se han sumado desde el siglo XIX, para señalar un derrotero cuyos antecedentes se remontan por lo menos a algunos cuentos orientales que destacan el motivo de la mágica huida en el barco pintado en la pared. Es digno de observarse que Luis González Obregón, en cierto modo alma gemela y mentor de don Artemio en sus incursiones en el Archivo General de la Nación para hallar relucientes gemas de información histórica, en su momento también se haya dado a la tarea de escribir acerca de la subyugante hechicera cordobesa.
Debe tenerse presente que la imaginación literaria desempeña un papel de privilegio en la obra de Valle-Arizpe; por ello, a pesar de haberse familiarizado con viejos documentos y añejas crónicas que permitieron darle sustento, la acogida que dio a esos datos no se manifestó en un apego estricto a sus fuentes. Es así como Salvador Novo decía que a aquél no le preocupaba reconstruir el pasado colonial con la fidelidad que los historiadores se proponen demostrar en su trabajo, “sino con la realidad delicada y superior del artista”.
Las costumbres y las particularidades culturales de los años que abarca el libro fluyen abundantes con la enumeración de instrumentos musicales, piezas de pedrería, platillos y postres, bebidas criollas, accesorios de uso cotidiano, danzas lúbricas y bailes lícitos, al igual que adagios y proloquios hoy olvidados: “Carne cría carne; vino, sangre; pan, panza y lo demás es chanza”, o bien: “Una mano lava la otra mano, y las dos lavan la cara”.
Esta colección de historias de mujeres piadosas y hombres probos, banquetes inolvidables, aldeanos candorosos, exploraciones deslumbrantes, encantamientos, iniquidades, hechos de sangre y revueltas conventuales sugiere más que un tiempo muerto y apolillado, poniendo en cambio a la vista de sus lectores una exuberante animación que inspira y seduce.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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