Un día después del crimen cometido el 10 de abril de 1919, el periódico Excélsior publicó en primera plana: “Murió Emiliano Zapata: el zapatismo ha muerto”. La aseveración de muerte del proyecto zapatista a más cien años del asesinato del líder del Ejército Libertador del Sur, resulta a todas luces falsa, el zapatismo está más vivo que nunca tanto en las comunidades autónomas de Chiapas como en cada uno de los rincones latinoamericanos en donde los pueblos resisten al despojo y la depredación capitalista.
¡Tierra y Libertad! Es el grito de reivindicación surgido desde la base comunitaria, la autonomía ante el poder y los partidos políticos, en contrapuesta a toda la lógica de acumulación originaria que dio lugar a la colonización y a la destrucción de nuestros ecosistemas. La revolución no sólo fue interrumpida, sino que fue traicionada por las fracciones liberales que sucumbieron frente al interés burgués de apropiación y control. La vigencia de Zapata está en el descalzo andar del campesino y el indígena, en la organización autónoma de los pueblos, en la autodeterminación del territorio y la cultura, en el ejemplo libertario de quien nunca se entrega en pro de prebendas y halagos, en la crudeza de la verdad como accionar revolucionario, en el conjunto de factores que dan pie a la dignidad de mujeres y hombres emancipados de cadenas y estructuras. ¡Zapata Vive!, porque su necesidad reivindicadora exige extender el contrapoder y derrotar al desprecio adinerado del explotador.
Su figura entró a la historia no para ser petrificada en el canon oficial, su dimensión es social y radical, evoca la voluntad del oprimido por su libertad, es continuadora de su propia obra cuando en manos de obreros-obreras de los profundos rincones de nuestra América se forjan los pueblos y se nutren de valores como el maíz lo ha hecho con las naciones desde tiempos milenarios. Zapata es guerra necesaria y rabia acumulada por siglos, expresada mediante el arte y las formas diversas de organización autogestiva. Zapata es ajeno al pupitre del pedante acaudalado de títulos nobiliarios y de intelectuales de café, ambos, seguidores del colonialismo en sus vertientes posmodernas. Zapata siempre tuvo conciencia del colonialismo recurrente en el latifundio como en las demás formas de explotación, por ello lo combatió.
El proyecto político-social de Zapata es negado por la historia oficial y su imagen dibujada como la de un caudillo insaciable. Pero su profundo análisis del acontecer le procuró reflexiones sobre asuntos referentes al gobierno, la tierra y la comunidad, la autonomía, autodeterminación y soberanía de los pueblos-naciones, la economía y el desarrollo social e incluso de la geopolítica por la constante injerencia imperialista estadounidense que se vivía en los años previos de las grandes guerras neocoloniales que asolaron el siglo XX. Sus manifiestos, cartas y comunicados escritos durante su accionar revolucionario son un legado del pensamiento revolucionario latinoamericano, son una herencia que espera la lectura de las generaciones actuales para la compresión mejor de su figura-vigencia y para la activación reflexiva a favor de los desposeídos. Hoy como ayer, en la Selva Lacandona y los rincones rebeldes de la geografía digna; Zapata es ejemplo de palabra y acción. Zapata es necesidad, urgencia y dignidad, pues mientras existan los opresores, sin duda andará entre los oprimidos.
¡Zapata vive y vive, la lucha sigue y sigue!
Edición: Estefanía Cardeña
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