Dejar atrás las colonias

El colonialismo blanco en África es un fenómeno que sigue vivo y cuyas consecuencias son enormes para el inmenso continente desconocido. A él se acerca Isabela Figueiredo con un vibrante Cuaderno de memorias coloniales (Libros del Asteroide, 2021).

Se aleja voluntariamente de cualquier intención retórica para emerger en un valiente desnudamiento desde su experiencia de una colonia, como niña que ha escuchado sin ser escuchada, que ha asentido sin creer, que ha tomado partido por los negros aunque eso significara la traición a esos blancos que son los suyos y culminara, sobre todas las cosas, en la traición a su padre, a quien ha adorado como puede adorarse a un Zeus injusto, hermoso, caprichoso, bello y a la vez que espantoso.

Aunque tomar partido por los negros signifique, en su caso, quedarse sin patria, porque para Portugal siempre será una retornada y para Mozambique siempre será una colonialista expulsada. Tal como ocurrió en otros siglos con los indianos que regresaban a España y sólo encontraban espacio si llegaban cargados de oro pero eran rechazados si volvían empobrecidos, los retornados en los años 70 del siglo pasado a Portugal vivieron grandes dificultades porque, en una gran proporción, la riqueza y las comodidades del blanco colonizador se habían quedado en África como ocurrió con Isabela Figueiredo.

Y también como ocurrió en América, las luces se entrelazan con las sombras en la aventura portuguesa, pero el fenómeno resulta mucho más cercano en el tiempo y en la memoria de los colonialistas portugueses y, entre ellos esa niña que vivió en aquellas tierras y que ha crecido como mujer en una metrópoli que no reconoce como suya. Un Portugal que la rechaza, entre otras cosas porque se avergüenza de los negreros retornados a quienes la Revolución de los Claveles del 25 de abril dejó literalmente en el aire.

Tras renunciar a hacer literatura, pretende nada menos que ajustar cuentas consigo misma y con la historia de sus dos patrias. Misión imposible. Quisiera, al menos, exorcizar sus demonios heredados y, humildemente, limpiar su propia memoria. Eso lo ejecuta sin la menor contemplación.

Son esta desnudez literaria y esta absoluta decisión a no disfrazarse las que vuelven tan valioso su Cuaderno de memorias coloniales.

Aquella “Grándola, Villa Morena” que sonó en la radio el 25 de abril de 1974 y fue el signo para salir a hacer una revolución ejemplo para el mundo, sin pegar un solo tiro, mucho tiene de la saudade que permanece en la memoria de una sociedad que ha cambiado por completo. Escritoras como Lidia Jorge, que se han referido a ese 25 de abril, han hablado con alegre tristeza de ese hecho histórico al que también Isabela Figueiredo se refiere, aunque para ella, en Mozambique la historia cambió de rumbo cinco meses después y con una convulsión social sangrienta y sembrada de víctimas por las dos etnias.

A la autora de Cuaderno de memorias coloniales nada dice la fecha crucial del 25 de abril y, en cambio, subraya que el intento de los blancos por continuar con sus privilegios al aliarse con algunos disidentes negros descontentos con los partidarios de Samora Michel resultó en una sangría el 27 de septiembre.

Tal es la fecha que le escuece la memoria. La de una violencia que no alcanzaba a entender pero cuya visión la marcó. Y así se refiere a esa fecha: “Todo lo que sé sobre el 7 de septiembre de 1974 es esto: los blancos estaban ganando a los negros, tal vez ya no hubiese esa independencia de la que se hablaba, y que los blancos tanto temían. Nada más.”

No pudieron mantener privilegio alguno, sólo heridas en todas las memorias. 

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Edición: Laura Espejo