Los refugiados españoles

Todo exilio parte de momentos épicos para irse resolviendo en dolorosas y personales tragedias cuyos resultados, al correr de los años, resultan no sólo complejos sino también entrañables como demuestra Fernando Serrano Migallón en El exilio español y su vida cotidiana en México (UNAM y Bonilla Ediciones, 2021).

Si la historia de la humanidad es una trágica historia de exilios que hasta el día de hoy vemos en los más diversos pueblos y por las razones más diversas, a México le han tocado muy de cerca varios de ellos y el testimonio en primera persona de quienes los han sufrido forma parte de nuestra propia historia. El exilio español del final de los años treinta causado por la Guerra Civil, preludio de la Segunda Guerra Mundial, dejó huellas profundas que no han dejado de estudiarse.

Este nuevo libro de Serrano Migallón quiere enfocarse en el día a día de quienes fueron arrancados de su tierra y transterrados a las nuestras. Hombres y mujeres de variadas condiciones económicas, culturales y políticas (entre otras), muchos de ellos acompañados por sus hijos de distintas edades. 

Edades que vuelven más fácil o más difícil acostumbrarse, por ejemplo, a la nueva cocina sin nunca olvidar la propia, o crear fusiones de las cuales algunas resultaron y otras no. El chile, las tortillas de maíz, los nuevos nombres. La costumbre de continuar llamando guisantes, puertas adentro, a los que, puertas afuera, sus hijos llamarían chícharos.

Subraya la pluralidad del exilio español que contradice la idea de que sólo llegaron intelectuales. Desde campesinos analfabetos hasta sabios reconocidos aquellos españoles encontraron refugio en tierras mexicanas.

El libro de Serrano Migallón nos da, inclusive, las coordenadas del Centro de la Ciudad de México donde comenzaron a vivir y la normalización de un nombre, refugiados, que los distinguía de los gachupines, otros españoles que llegaron antes, se dedicaban al comercio y eran franquistas en su mayoría.

En este sentido marca la diferencia entre el Parque Mundet y el Club España, con refugiados el primero y gachupines el segundo. Los pleitos entre el colegio Luis Vives, de refugiados, y el Cristóbal Colón, de maristas.

Las escuelas, desde luego, ocupan un lugar predominante. Del Juan Ruiz de Alarcón, que duró poco tiempo, al Colegio Madrid, que dura hasta la fecha, e instituciones legendarias como el Luis Vives o la Academia Hispano Mexicana, que formaron generaciones no sólo de niños y jóvenes refugiados sino, también, de mexicanos que pasaron por sus aulas.

Señala los tres tipos de familias de exiliados. Las que llegaron ya formadas, las que tuvieron hijos en México y las que se formaron entre exiliados y mexicanos. Quedan pocos hijos de unas y otras. El propio Fernando Serrano Migallón, nacido en México en 1945, es producto del segundo tipo, mientras que mis hermanos y yo mismo, nacidos de madre mexicana, lo somos del tercero. Y, aunque ya todos somos viejos, aquello que muy bien señala Serrano Migallón ha pasado hasta los nietos: los refugiados “confiaban en que su descendencia sería la portadora de una serie de convicciones intelectuales, políticas e ideológicas”.

La microhistoria, que deseaba Luis Gonzalez y González, sabiamente acotada por la macrohistoria de un conflicto que tuvo diversas y profundas ramificaciones en el mundo y, en México, dignifica nuestra ejemplar tradición sobre el derecho de asilo. Temas sobre los cuales Serrano Migallón, miembro de la Academia Mexicana de la Historia, es indiscutible y admirado especialista.

Un bello canto a la nostalgia por lo dejado y a la gratitud por el ser mexicano.

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Edición: Laura Espejo