Violencia institucional y lengua

Rulo Zetaka

En verano tomé un curso sobre glotopolítica y educación. Esta perspectiva de investigación la concibe Carolina Chaves O’flynn cómo “una disciplina que se ocupa del accionar de las comunidades sobre la lengua, específicamente en la noción de ideologías lingüísticas para identificar ideas naturalizadas relacionadas con el lenguaje en una comunidad de hablantes”. A pesar de no haberme especializado en estudios de lingüística, reflexioné en torno a la relevancia de la lengua en la forma en la que esgrimimos nuestros argumentos quienes defendemos los derechos humanos y en cómo se siguen escabullendo las violencias en las instituciones que deberían abrir la puerta a la pluralidad.

Desde esta perspectiva pensé en el caso del maestro de la facultad de economía de la Universidad Autónoma de Yucatán y en el uso de su posición de poder, la de ser académico de una universidad pública de renombre, para argumentar libertad de cátedra y suponer que los estudios comparativos de religión son una buena aproximación cuando sólo se lee una de las partes.

Ante esto quisiera poner la mirada no en la aproximación creacionista del docente sino en el lenguaje con el que la institución y el aludido defienden sus puntos. En aras de estimular el ‘pensamiento crítico’ la Universidad justifica en el texto publicado el 28 de mayo el uso de textos religiosos desde una mirada colonial, donde el eje, como demuestran las Actividades de Aprendizaje (ADAs), no es la “cultura maya” bajo cualquier acepción añeja de cultura, sino el génesis de la biblia. Me pregunto si lxs* estudiantes han podido en estas “ADAs” diferenciar entre el pensamiento crítico y la repulsión de que impongan un texto dogmático.

Al final del mismo texto, la Universidad, nos dice que por la calidad educativa, no por la violación al principio de laicidad ni a ninguna de las demás acusaciones que tiene el docente, va a abrir un expediente para revisar si cubre con los requerimientos meramente académicos. Con esto, se enfrentarán lxs estudiantxs a un proceso tímido y opaco que será valorado en una oficina como probablemente se evalúa desde hace 19 años a este profesor.

Por otro lado, en su réplica publicada el primero de junio, el maestro Santoyo le dedica una buena parte de su texto a deslegitimar con una mirada adultocentrista el derecho a la educación de todxs lxs estudiantxs al decir que tiene “casi 30 años” quien orquesta su ataque junto con otro de apenas “2° semestre de economía.” Ya sea por viejo, o por joven, en el esquema estudiantil pretende desenmarañar una conspiración que tiene como fin sacarlo de su puesto en la universidad.

En el pináculo del ejercicio del poder, señala a quienes lo denuncian. En una situación global francamente endeble para los derechos humanos, quienes los defendemos y exigimos solemos usar también la estrategia del anonimato para no poner en riesgo nuestros cuerpos o nuestras carreras profesionales, pero para este docente, lo que hay que hacer es revictimizar a las víctimas de su trato en clases y sus decisiones académicas.

Ante este panorama, necesitamos detenernos a pensar las palabras que usamos y la dimensión política de estas, pues ciertas ideologías lingüísticas ocultan, opacan o directamente oprimen el avance de la pluralidad y la diversidad que podría, y debería reflejarse en una universidad pública mexicana.

Para quienes vivimos algún tipo de violencia institucional en cualquier tiempo dentro de esa institución no nos queda más que solidarizarnos y pensar en las acciones que hacemos ahora y sobre todo, en las palabras, aquellas que están destinadas a defender a quienes cotidianamente violan los principios universitarios y atentan a los derechos humanos de las personas que se forman en educación superior.

Ya ni hablar del lema de la universidad “Luz, ciencia y verdad”, que parece asediado por el oscurantismo religioso, el creacionismo y la mentira para acallar a lxs estudiantxs y su lucha por una educación digna desde todas las trincheras.

*Plurales con genérico -x para abrir las palabras a la pluralidad política del lenguaje.

[email protected]

Edición: Laura Espejo