Julián Dzul Nah
La pequeña cuadrilla de Juan no acababa de sacudirse el polvo del kaxche’ de Tesoco, al oriente del estado, tras lucir con sus quites los festejos del patrón San Lucas, y ya se dirigían a otro pueblo distante para hacer lo mismo. De improviso, se les anunció que, por una nueva enfermedad, las festividades religiosas se suspendían “hasta nuevo aviso”. El ruedo de esa localidad fue el último que pisaron.
Las fiestas patronales son la más visible expresión de religiosidad popular católica entre los mayas peninsulares adscritos a ese credo. En estas fiestas se teje una compleja trama que trasciende al culto intramuros, manteniendo por causa primera honrar a los santos patronos de las localidades. Quizás el paywakax —uno de los juegos taurinos mayas que ocurren en estos festejos, singulares, distantes de la alta tauromaquia canónica— sea una de las actividades lúdico-religiosas de mayor relevancia durante la celebración.
El complejo festivo, que en la Península se despliega durante casi todo el año en innumerables localidades, se ha transido por la nueva situación. En estas celebraciones el pueblo maya cuaja un vital condensado identitario y simbólico, pero también económico. Es cierto que las medidas gubernamentales han permitido aumentar el aforo en funciones religiosas en los templos; pero otras actividades, como procesiones o vaquerías, aún no han sido restituidas. En algunas partes donde se han realizado con controles sanitarios y asistencia mínima, el entusiasmo festivo y el carácter devocional parecen no satisfacerse.
No han quedado situaciones sociales inmunes al impacto de Covid-19. El ámbito de estas celebraciones regionales es un nicho donde su afección ha sido poco indagada, al menos a nivel cualitativo.
Otras cuadrillas tuvieron suerte similar a la de Juan. Los diestros de los k’axche’o’ob —ruedos artesanales de confección maya, armados para las fiestas— han improvisado diversos menesteres. Según sus propios testimonios —sin invocar ni pretender aquí precisiones numéricas—, muchos de ellos se enfilaron en megagranjas porcícolas o avícolas, o maquiladoras.
Carlos no concluyó el bachillerato y estuvo en diferentes cuadrillas. Ha variado sus tareas para sustentar a su pequeña familia: vender elotes en suburbios meridanos, pintar paredes y coser guayaberas, luego de que la obra donde se iniciaba como albañil fuera suspendida tras el retorno a semáforo naranja. Juan logró, no sin dificultades, incorporarse a un equipo de pintura y mantenimiento en unos apartamentos al norte de Mérida. Su parecer es optimista: “[la pandemia] nos perjudicó… pero aprendimos otras cosas”.
La cuadrilla de Pepe se diversificó. Algunos benefician cerdos para expender carne; él incursionó en la costura, maquilando cubrebocas de tela desechable en su pueblo, recibiendo en pago 0.50 centavos por unidad. “Tenía que hacer diario 500 piezas para tener algo de dinero al día; hay patrones que pagan hasta 30 centavos, y luego los vendían entre 30 y 60 pesos”.
Otros agentes afectados por le koja’anila’ —“la enfermedad”, como se nombran a las afecciones del coronavirus, corporales o sociales—, son las no pocas familias cuya forma de ganarse la vida tiene por eje a este género de fiestas. Se hallan expendedores de chicharrones, papas y palomitas; vendedores de algodones de azúcar, barquillas y garapiñados; operadores de juegos mecánicos, músicos de orquestas jaraneras y ritmos tropicales.
Frente a este panorama, hay quienes han buscado alternativas para ejercer el comercio ambulante, como las periferias de la capital o sus propias localidades, lo que agudiza la sensación de anomalía: productos de feria fuera del tiempo festivo. Otros más han emprendido ventas informales de ropa o comida. La estrechez ha llevado a varios a empeñar o vender el aparejo con que conseguían el sustento: instrumentos musicales, vehículos para transportar equipo, lonas, pailas y freideras. A ellos se suma la incertidumbre y la nostalgia de devotos, vaqueros, bailadores, y pueblos enteros, que contienen el entusiasmo festivo con la preocupación por la salud, expectantes de un anhelado “nuevo aviso” que no llega, y cuyo arribo es cada vez más incierto tras la ola de recientes contagios en Yucatán. Síganos en orga.enesmerida.unam.mx/, www.facebook.com/ORGACovid19/, twitter.com/ORGA_COVID19/ y www.instagram.com/orgacovid19/.
Edición: Laura Espejo
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