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La cartografía de la palabra

Segunda parte del cuento 'El aleteo de la vida'
Foto: Juan Panadero

Especial: 500 años de resistencia

Rulo Zetaka

En algún lugar de la mar océano flota una montaña de madera, extraño ser que brotó de la selva, voló más alto que las nubes y para desprenderse de la tierra. Este ser es como un fragmento de casa, la Madre Primigenia les bendijo para guiar su camino en altamar, ahí su hermana seguiría soplando a espaldas de la montaña en el insólito viaje que recorre el mundo.

Dentro de la montaña viaja un grupo de personas, y un polizón. El polizón vino de última hora a subirse al andar del prodigioso cerro, sólo por ser un gran narrador y conocedor de las esquinas del mundo aquellas donde el viento se da la vuelta para retornar. Le tocó acompañar a una invitada especial que, en palabras del polizón, al no tener tanto mundo y no conocer a los pueblos de carne y hueso necesitaría guía para interpretar las palabras.

Abi, se sentía regocijada en el abrazo de la montaña, era como estar en casa, pero con un viento muy fuerte a las espaldas, no hay colmena que soporte tanto viaje y sería una insensatez quedarse en donde llegarán estos soplos. Sin embargo, el viaje que estaba realizando no requería trasladar a toda la colmena, sino solo a la mensajera, y ella había sido electa por la Madre Primigenia quien le había susurrado unas palabras para recordar el calor de la familia.

En esta colmena a Abi le tocaba sólo un encargo, al menos durante el viaje de ida tenía que aprender y dejar que el coleóptero le enseñara sobre las otras lenguas que iban a conocer, para que con estos nuevos saberes pudiera llegar más lejos la palabra. El pequeño maestro tenía con él un escritorio que parecía gigantesco, al menos para el tamaño de una abeja, además de su rondana-escudo y su ramita-espada. Se dirigía a la abeja como mejor sabía hacerlo, dando rodeos y hablando en muchas lenguas que Abi no entendía. Para ella era tortuoso tomar clases un día tras otro, escuchar raíces griegas, palabras latinas, sonetos en francés, a Bertolt Brecht en alemán y la historia de las matrushkas en ruso, en el fondo de su corazón sabía cuál era el camino, pero el maestro, caballero andante al fin, le encantaban los rodeos y muchas veces como molino de viento: sobre su propio eje.

Al despuntar el alba en un día más o menos a la mitad del viaje, Abi ya se sentía cansada y mareada, no sabía si era por el viento y la mar, por el maestro políglota o por haberse comido la última gotita de ts’iits’ilche’ por la noche. Ante el agobio de la ausencia de su miel favorita recibió otro contundente aviso: el maestro le informó que había enfocado mal sus clases y que olvidara toda la chárara y palabrería que escuchó los días anteriores en tantos idiomas. Ahora el enfoque sería diferente, tendría que aprender el doble de rápido, las clases serían nocturnas y que en el cajón más ancho de su escritorio encontró unos nuevos materiales los cuales tenía que conocer. 

Abi aprovechó la tarde libre sobre la montaña para recorrer la vegetación, observar un poco más esa confusa dinámica de las personas respecto al género y pensó que tendría que platicar de eso con un compañaeroa, elles parecían conocer mucho más de esta confusa experiencia que las abejas no tienen en su colmena. Tomó nota en su pequeña libreta para buscarle en alguna madrugada pues ya había descubierto que le gustaban las pláticas al amanecer, cuando el sol les nacía por las espaldas e iluminaba la dirección de la montaña verde donde nacieron.

 

Foto: Victor Camacho

 

Al caer la noche entró en el camarote del maestro, bueno, camarote es un decir, era una pequeña lata de conserva, en ella el coleóptero había dispuesto el escritorio con la adecuación para que ocupara todo el espacio disponible y poniendo encima mapas, grandes y pequeños, nuevos y viejos, apergaminados, de papel trasparente, un reloj de arena y dos brújulas: una apuntando al sur y otra vuelta loca que no sabía ni donde estaba. La bienvenida fue grandilocuente, pero en la lengua de la tierra aquella que Abi conocía de pe a pa, la tarea de hoy implicaba leer los mapas, los cuales a primera vista se descubrían en varios idiomas, y entender cuál era la dirección en la que había que leerlos.

Además de las diferencias de formas y las diferentes palabras que se escribían en ellos, Abi notó que no eran lo que pensaba, fue descartando, no parecían países, ni continentes, ni orográficos, tampoco hidrológicos, tenían formas bien delimitadas y al centro de cada una de ellas una palabra, dentro de las formas había dibujos, más letras o fotografías que el maestro había acercado para ayudar a la identificación. Él le dijo, apuntando con su ramita-espada que ahora servía de señalador, que eran mapas de lenguas, cada uno tenía un campo semántico y las costas de las palabras, en algunos casos, se veían porosas, o a veces se traslapaban con otras. Confundida la abeja preguntó ¿para qué sirve un mapa de palabras? ¿Cómo esto va a ayudar a dirigirme?

La respuesta llegó con un movimiento, la brújula esquizofrénica fue empujada hacia una palabra y se detuvo, apuntaba al centro, Abi descubrió que la palabra era corazón, en el mapa contiguo colocó la brújula sobre la palabra heart, la isla era más pequeña y la brújula apuntó en otra dirección, osciló. En el otro mapa coeur era más colorido y bihotza de colores más sólidos. Siguió buscando en los mapas la misma palabra, cambiaban las formas, los colores, el calor que sentía en su corazoncito de abeja también se transformaba, estaba aprendiendo a nombrarlo de muchas formas.

El maestro le hizo notar todas las diferencias, las fronteras que limitan a las palabras. Estos son mapas del mundo, cada uno es un mundo diferente, algunas personas decidieron plasmar su colmena según su lengua e hicieron estos mapas de cómo nombraban todo lo que vieron, sintieron, pensaron, olieron o escucharon, delimitaron las fronteras de su lengua y los puentes que unían unas palabras con otras. Lo que quisiera que aprendiéramos en esta clase de cartografía es cómo derrumbamos las fronteras y cómo volamos de un mapa a otro. 

Esa madrugada, Abi aprendió que llevar el aleteo de la palabra implica poder hallarse en cada mapa sin olvidar cuál es el mapa que ubica el lugar exacto donde habitan las raíces de nuestros corazones.


Puedes leer la primera prte del cuento El aleteo de la vida aquí

 

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-Los códices de Calimaya

 

Edición: Estefanía Cardeña


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