Talibanes: una segunda vuelta

Tras una semana en la que tomaron más de la mitad del país, y ante una audiencia internacional que preveía este avance desde hace meses, los talibanes llegaron ayer a Kabul, para asumir el control total de Afganistán e imponerse como sus nuevos líderes. La conquista de la capital resulta poco sorpresiva después de que durante los últimos diez días las huestes yihadistas marcharon por todo el territorio sin mayor oposición interna o externa.

Más que poderío militar, lo que la victoria talibana de ayer demuestra es un cambio en el paradigma político afgano: desde la firma de un tratado de paz con Estados Unidos a principios de 2020, el grupo fundamentalista había ganado la aceptación de una comunidad internacional que, apresurada por retirarse del país centro asiático, decidió tenderle la mano.

Lejos están ya los años en que los talibanes eran considerados como una agrupación radical que buscaba crear un centro terrorista en el corazón de Asia. Hoy, ya sea por necesidad u obligación de las potencias mundiales, la controvertida ideología del grupo volverá a figurar entre las propuestas de construcción estatal, junto con la democracia, las monarquías y los otros sistemas, que actualmente nos gobiernan a todos.

Resta ver si en esta segunda oportunidad los talibanes lograrán crear un verdadero Estado en Afganistán que les valga un reconocimiento duradero o si, como lo hicieron durante su experimento gubernamental de 1996 al 2001, usarán el esqueleto republicano para sobrevivir el tiempo que la opinión pública y los caprichos de los autoproclamados gendarmes de la democracia les permitan.

¿Qué pasará con el pueblo afgano? 

La respuesta a dicha incógnita la tendremos en los próximos días. Desde el palacio presidencial de Kabul, vacío después de que el presidente Ashraf Ghani huyera del país, los talibanes señalaron que la administración del país sería traspasada al grupo en los próximos días y que su verdadero reto recién inicia, pues buscan crear una administración que cumpla con las expectativas de la población afgana.

Los yihadistas que marcharon ayer por Kabul no son los mismos que Estados Unidos expulsó del poder en 2001. Casi 20 años de resistencia los han obligado a volverse más pragmáticos y a abandonar algunas de sus posturas más extremas. Los líderes de la agrupación bien podrían aprovechar su recién ganado reconocimiento internacional para crear una propuesta de Estado que conjunte la gobernanza con la religión y siente las bases para crear una república más moderada e islámica.

Sin embargo, son bajas las expectativas de un gobierno talibán más abierto, democrático y respetuoso de los derechos humanos. Las noticias que llegan de los territorios recién capturados por los fundamentalistas demuestran que si bien han avanzado en muchos aspectos, aún conservan algunas de sus prácticas violatorias y mantienen su desdén por las mujeres y las minorías étnicas.

Esta vez, la sociedad afgana presente en dichas áreas se ha mostrado menos dispuesta a aceptar las ideas radicales de sus nuevos gobernantes, por lo que es de esperarse que, una vez instalados en el poder, los yihadistas tengan que negociar con una sociedad civil preparada para defender los derechos que han ganado durante las últimas décadas.

Quedan muchas incógnitas por responder en Afganistán, pero la más reciente victoria de los talibanes supone el inicio de una nueva etapa en la historia del país. Habrá que ver si este capítulo resulta una redición del pasado, o si la nación ha aprendido de sus errores y logrará, por fin, crear un sistema político que conjunte a los sectores tan disímiles que la conforman.

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Edición: Ana Ordaz