Toca recapitular

Es un hecho, el 30 de agosto regresamos a clases presenciales, una realidad que nadie sabe cómo y qué sucederá. 

Los niños claman socializar, espacios abiertos, la economía presiona, los padres se dividen entre los que están desesperados de pasarle la estafeta de los hijos a alguien más y los que quisieran protegerlos de los primeros. Los maestros están aterrados de tener que oficiar en dual: presencial y otros a distancia; los cachorros olvidaron la disciplina: tienen demasiado gozo por explotar, curiosidades por explorar, abrazos que intercambiar.

La Institución no logra ponerse de acuerdo y se contradice a cada momento: les piden a los padres una carta compromiso con sus hijos y la comunidad educativa, trámite que sucede en cualquier sociedad comprometida con la causa y luego, al ver el reclamo, se cancela, dejando a los niños, aún más expuestos.

Las escuelas vandalizadas nos dicen del enojo, del abuso, del hambre; de la falta de protección e interés de los vecinos que las rodean. Esto no sucedió en las comunidades. 

Pero también, nos habla de que cada escuela es una realidad, que las decisiones de abrir se tienen que hacer a partir de cada una. Las hay sin puertas ni ventanas, sin ventiladores o aires acondicionados, a los que partieron para llevarse el cobre; sin luz ni agua, sin muebles de baño, sin rejas. 

Me cuentan de algunas en las que se llevaron los libreros y los libros que dejaron nos dicen que urge trabajar con mas ahínco el programa de lectura que nos habría dado una perspectiva diferente. 

El panorama nos dice que el bicho nos afectó en infinidad de maneras, nos atropelló. Nos llenó de ansiedad, desesperación, de miedo. Es una realidad que debemos de buscar alternativas para regresar a una vida que nunca será igual a la anterior. Que nos estamos reinventando y que aún nos falta tomar mayor conciencia de un planeta que nos grita con voces de huracanes, incendios y lluvias torrenciales: ¡Auxilio! Y que nosotros, brincando el terremoto del momento, no estamos tomando acciones de prevención a conciencia. 

Por lo pronto, toca respirar profundo y recuperarnos a nosotros mismos para enfrentar el 30 de agosto. Darnos un tiempo, a nivel personal, para hacer el recuento de casi 18 meses de tsunami y de preferencia por escrito respondernos: ¿qué fue lo peor que sucedió en este periodo? Sacar todo ese moho pegajoso que llevamos atorado, que duele, que pesa. Lo segundo: ¿Cuál es mi miedo más terco? Y, en tercer lugar, ¿qué aprendí en la pandemia? Toca ver las ventajas.  ¡Las hay!

 Después, más ligerito el morral, será muy enriquecedor hacer el ejercicio en familia. La plática propiciará nuevas conexiones afectivas, sentirse acompañados, favorecerá la armonía. 

Para los maestros que se crecieron extraordinariamente en esta etapa de su vida, este puede ser un buen inicio de ciclo con los alumnos. Urgen descargar la presión, fortalecer la empatía, conectarnos y volver a ser comunidad.

Hagamos nuestra parte, recapitular, nos permitirá pasar más salerosos a la siguiente etapa del rally.

Edición: Laura Espejo