Los Aguafiestas en la sátira política de Yucatán

Aída López 

“La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”. Dario Fo, Premio Nobel de Literatura 1997.

El poeta español Jorge Manrique escribió que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, si no mejor, sí políticamente divertidos a partir del segundo tercio del siglo XIX y el primero del XX, cuando los dimes y diretes entre liberales y conservadores, ante la inexistencia de medios audiovisuales, se libraban en el papel. En esta etapa proliferaron periódicos y semanarios con nombres singulares, divertidos y sugestivos, para desprestigiar, denunciar y burlarse del adversario ante la opinión de las élites urbanas. 

Los Aguafiestas. Desafíos de la hegemonía de la élite yucateca. 1867-1910 (2002), libro coordinado por los historiadores Piedad Peniche Rivero y Felipe Escalante Tió, quien investigó “Las Batallas del Humor en Yucatán” -uno de los cuatro ensayos-, nos aproxima a la socarronería con la que se trataba la religión, sociedad, economía y política, durante los años del porfiriato. 

Las batallas por el poder, donde nadie salía ileso, se ventilaban desde 1836 en El Duende, primer periódico de sátira política. En 1847 vio la luz “Don Bullebulle” y “La Burla” en 1860 hizo escarnio durante un año, lapso breve, frecuente en las coyunturas electorales de acuerdo a la investigación de Escalante Tió.

Ni Dios Padre salvaba al clero de participar en el circo mediático. El semanario “El Padre Clarencio”, en 1904 denunció al obispo Martín Tristschler y Córdoba, por contravenir las Leyes de Reforma al emprender una peregrinación a Izamal, para hacerse de dinero e irse de viaje: “¡No se pasa tres meses seguidos en su Diócesis!/No en balde fue tanto el apuro de organizar la peregrinación/ para que con los fondos recopilados a cambio de indulgencias/ se fuese su excelencia a tomar los aires de la tierruca/ a donde se llevará a remolque todo lo que pudo trasquilar a sus borregos”. Los ciudadanos estaban destinados a ser borregos, si no de los políticos, de los curas. 

Los animales no solo habitaron en la ironía de “El buen don Martín” -injusto para el reino animal-, adelantándose a George Orwell en Rebelión en la granja, se escenifica en un dibujo la junta de la Convención donde se resolvió la no reelección del gobernador Carlos Peón Machado. En 1897 el periódico La Metralla publicó la caricatura del mandatario rodeado de asnos, gatos, conejos, monos, cerdos, perros y más, satirizando a sus colaboradores, poniendo en duda su inteligencia. 

Las bofetadas con guante blanco eran inherentes a la pulla. Las maldiciones no impedían que se acompañara el nombre del implicado con expresiones respetuosas. Lo cortés no quita lo valiente como se lee en el acróstico que se publicó en 1897 al gobernador “Don Carlos”, en el periódico antirreleccionista El Sinapismo: “Desgraciado gobierno nos has dado/ Oyendo de tu patria maldiciones/ Negándole justicia al hombre horado/ Con las quiebras, asaltos y prisiones. / A tus buenos amigos olvidaste/ Reteniendo de estos lo más malo/ La inútil reelección tú la pensaste/ Oyendo los consejos de Gonzalo. / Será larga y penosa la contienda/ pero en febrero te veré en tu hacienda”.

La inteligencia y el humor de los aguafiestas quedaron para los anales históricos en dibujos, grabados y en los duelos literarios, donde le sacaban sus trapitos al sol hasta al más pintado. 

Edición: Laura Espejo