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El pie desnudo de un niño de cinco años, balanceándose en el pasillo de un hospital

Y en ese infierno, en ese corazón de tinieblas, él también encontró la belleza
Foto: Efe

A todos nos toca pelear una guerra, y él no fue la excepción. La diferencia es que la que él luchó fue real, y ha nutrido sus historias con los recuerdos que tiene de ella, exorcizándolos. Por ejemplo, describió, con doloroso detalle, cómo sus compañeros de tropa, para ahorrar munición, amarraron a un prisionero muerto con uno vivo, observando con el morbo que enciende la pólvora cómo la fauna cadavérica, sin hacer diferencia, se despachaba con eficacia los dos cuerpos, tanto el del muerto como el del vivo. 

Y en ese infierno, en ese corazón de tinieblas, él también encontró la belleza, como cuando el alba lo sorprendió en medio de un inmenso campo de girasoles: amanecer galáctico, amarillo por todas partes; minúsculas bombas atómicas de polen. De la oscuridad total, incluida la del corazón, a la cegadora luz que floreció en un sembradío de relámpagos que le hicieron olvidar, por un instante, sólo por un instante, que la vida era algo más que matar o morir. Y eso que, confesó, tenía talento para matar. 

“Yo tenía talento para matar, pero eso ha sido el acto más terrible que me han hecho. Para morir y para matar he sido bueno. En la guerra no te preguntas si es justo o injusto lo que estás haciendo, lo único que quieres es volver vivo.”

Aunque su vocación era la de sanar: Fue a la guerra en calidad de médico militar; acababa de concluir la carrera y, como todos los jóvenes portugueses, fue obligado a defender las posesiones de ultramar. Regresó de Angola oliendo a pólvora y a tristeza, con una pesadísima carga de luto: de sus muertos y los de los otros. Del lodo de las trincheras, arrastró sus traumas a las asépticas salas del hospital general de Lisboa. Ahí, de nuevo, se encontró con la muerte. 

Ya en el otoño de su vida recordó a uno de sus primeros pacientes después de su regreso de la guerra. Lo hizo, específicamente, en una de las conferencias que dictó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2018. “Era un niño enfermo de leucemia: Iba a morir. Tenía cinco años. En la enfermería, cuando muere un adulto, dos empleados se lo llevan en una camilla. Por el niño vino un sólo hombre, lo envolvió en un lienzo y se lo llevó en brazos. Yo me quedé mirando en el pasillo al hombre que se alejaba de mí y la pierna del niño que se balanceaba.”
 

La muerte sin comparación

“El niño era tan bonito; un niño muerto…”, narró el escritor António Lobo Antunes. “Me quedé furioso con la muerte. Fue un crimen horrible de parte de Dios. Empecé a escribir para el pie desnudo de un niño de cinco años, balanceándose en el pasillo de un hospital.” Desde entonces, este médico portugués es uno de los más destacados escritores del mundo, y acaso el único al que se puede reconocer simplemente leyendo la primera frase de cada una de sus novelas. Y todo comenzó con el pie desnudo de un niño de cinco años, balanceándose en el pasillo de un hospital.

Él, que vio todas las caras de la muerte: destripados por granadas, ahogados con su propia sangre, quemados por napalm, descuartizados y decapitados, suicidas, lacerados, lapidados y por ósmosis, incluso, de un cadáver a un hombre vivo. Él, que, confesó, tenía talento para matar, lo marcó el balanceo de un piecito inerte, en la última travesura de escaparse de la sábana blanca que sería su sudario. Que un adulto muera, incluso en la sinrazón de la guerra, no se compara con la muerte de un niño, en cualquier circunstancia. 

Cada año alrededor de 280 mil niños de entre cero y 19 años son diagnosticados con cáncer en todo el mundo, según la base de datos del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En América Latina y el Caribe, se estima que son al menos 29 mil. De estos últimos, cerca de 10 mil fallecerán, aunque la mayoría de estas muertes se podría evitar. El cáncer infantil comprende numerosos tipos de tumores. Los más comunes son la leucemia, el cáncer cerebral, el linfoma y los tumores sólidos como el neuroblastoma y el tumor de Wilms.

Y, mientras, aquí en México, un funcionario acusa de golpistas a padres de niños con cáncer que piden medicamentos y una diputada los emplaza a que demuestren que no tienen atención médica. O, una princesa regiomontana, azuzando la hoguera de las vanidades de las redes sociales, se corta el pelo a lo garçon sólo para cosechar likes y su esposo la califique, en estudiada estrategia, como la Lady Di mexicana. Ellos, todos ellos, me va la vida en ello, no han visto, nunca, el pie desnudo de un niño de cinco años, balanceándose en el pasillo de un hospital.

 

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Edición: Estefanía Cardeña


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