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A oídos sordos…

En Corchito, verse bonito es superior que ser adecuado para las necesidades del lugar, así lo decidieron sus nuevos propietarios
Foto: Margarita Robleda

Nos dijeron que “a palabras necias, oídos sordos”, pero ¿qué pasa cuando las palabras llamadas necias son de auxilio, recomendaciones, reclamos, denuncias, información… y los oídos siguen siendo sordos?

Quizá necesitemos cambiar el dicho: “A oídos sordos…” ¡Seguir insistiendo! Porque a la larga, buscamos el bien común, que incluye a todos y no sé a dónde piensan ir a vivir los que mercan con la desgracia ajena.

Con el proyecto de hablarle a los niños sobre los manglares fui a investigar al Corchito, que se encuentra dentro del municipio de Progreso. Cruzando la ría, preparaba mi corazón para sumergirme en un túnel arbolado que tantas veces me condujo a la fascinación cuando sentí algo extraño que no lograba definir. Ya en el sitio caí en cuenta que infinidad de árboles conocidos por sus raíces que parecen entretejerse con las de los cercanos, eran del mismo color que sus ramas; todas estaban carentes de verdes, proliferaba el color café. ¿qué sucedió?

Como habitante de la zona, conocí el Corchito cuando lo administraba el ejido. Me llamaba la atención que los ejidatarios hacían de todo. A veces limpiaban, otras eran los lancheros, los guías y como premio les llegaba a atender el estacionamiento donde les tocaba propina.

El Corchito era un balneario familiar donde nos encontrábamos todos. Era un gusto ver a las familias que incluían abuelos, nietos, papás y tíos, que procuraban llegar temprano para poder colgar sus hamacas en los galerones de techo de paja y yo, desde la mía, atisbaba con golosa curiosidad las delicias que iban sacando de sus sabucanes y que había que “levantar”, como solían decir los antiguos de los pueblos para decir: guardar la comida de los intrusos, en este caso, los mapaches y tejones. 

Ese paraíso cuenta con cuatro ojos de agua dulce, donde chicos y grandes disfrutan remojar su tuch, al que llaman ombligo en otros lados. Pasaron los años y un día, quizá por la remodelación, caí en cuenta de que la administración cambio de manos y los antiguos ejidatarios, gentiles anfitriones, se volvieron empleados. No me quedó claro los arreglos al que llegaron los jefes de ambos bandos, pero ya sabemos, que no siempre toman en cuenta el beneficio de los agremiados, que, si bien estaban contentos de tener empleo, en su mirada de ahora se manifestaba el temor a perderlo.

Puedo entender que la modernidad nos lleva a profesionalizar las empresas, pero no creo que esta palabra tan rimbombante, que seguramente tiene cosas buenas, incluya atropellar a las personas. 

Lo que mis oídos escucharon, en días pasados, fue que los expertos, (no tengo claro en qué disciplina) no escucharon la experiencia del manejo frente a tantísimos huracanes previos que azolaron el sitio y las recomendaciones de los ex ejidatarios se perdieron en los laberintos de los oídos sordos, donde verse bonito, es superior a ser adecuado para las necesidades del lugar; como, por ejemplo: el camino blanco que une la entrada con los ojos de agua, en lugar de la arena que solía tener material que permitía absorber el líquido después de los excesos pluviales; ahora, con los materiales sólidos que le pusieron, ignorando las recomendaciones, hicieron que el agua se detuviera, en lugar de ser absorbida o fluyera al canal (con los bordos demasiado altos, que lo cercaban) y de ahí a la ría rumbo al mar, como siempre. El resultado: el agua se estancó durante meses, gran parte del manglar se pudrió y secó.

No sé cuántos termiteros existían previo a la tragedia. Pero me pregunto si con tanta madera seca, han surgido muchos más; infinidad de árboles, tienen bolas tamaño aguacate. La web me dice que la reina tiene miles de hijos cada día. ¿Su capacidad productiva le da la corona?

Pensé en la cantidad de edificios que por haber estado “guardada” no vi surgir y multiplicarse; regresar a circular me ha enfrentado a un tráfico que ya no sé calcular el tiempo que me tomará llegar; me cuentan que el agua, no tiene la potencia para subir al tinaco, que la señal del internet falla, que hay apagones… 

A oídos sordos…” ni modos, toca seguir insistiendo antes de que sea demasiado tarde. Hojitas verdes, nos hablan de una nueva oportunidad. 

[email protected]

Edición: Ana Ordaz 


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