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El viento rudo de la Revolución

Múgica fue un ciudadano que se formó al influjo de los reclamos airados de esa época
Foto: Múgica Apuntes

Los grandes sucesos de la historia entrañan colectividades anónimas y fisonomías ocultas, acciones notorias y figuras visibles, pero aun éstas sufren los efectos del olvido, de la deformación y de la penumbra. El discernimiento constante de hechos pretéritos favorece una base firme para esclarecer la conciencia del mundo en que se vive. Obras e ideas son semilla de significados frescos, así sean vistas a contraluz o en ángulos desacostumbrados.

Las memorias de vida realzan los asuntos que inquietaron a sus autores y las impresiones que recibieron del ambiente que los circundó, asombrándolos o planteándoles desafíos para hacerles frente con los medios a su alcance. Francisco J. Múgica (1884-1954) fue un ciudadano que se formó al influjo de los reclamos airados de la Revolución y dio testimonio de ello, tal como puede verse en Estos mis apuntes (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1997, edición de Anna Ribera Carbó) y en las palabras que justifican su proceder: “seguiré tomando apuntes para la historia”.

Fue un hombre instruido y el estilo de los pasajes más elaborados del libro así lo indica, aunque la mayor parte de ellos constituye una serie de anotaciones sin consecuente desarrollo. Los escritos abarcan desde el inicio de su trayectoria política como delegado de su natal Michoacán en la Junta Revolucionaria de San Antonio Texas en 1911 hasta sus acciones de apoyo a la candidatura presidencial de Miguel Henríquez Guzmán en 1951, inconforme con la tendencia que tomaba por entonces la administración pública en el país. Refiere su incorporación a la campaña contra las tropas que sostuvieron al usurpador Victoriano Huerta, los sinsabores del exilio a que lo llevaron sus discrepancias con Obregón y muchos acontecimientos más, como sus primeros encuentros con el general Lázaro Cárdenas alrededor de 1928 y sus recorridos en los campos petroleros de Tamaulipas.

En muchas de sus notas afluye un lirismo que exalta su sentimiento patriótico al calor del proceso revolucionario cuyo impulso describe como fuego bendito. En otras señala las insuficiencias y desviaciones que esa fuerza renovadora padeció en demasía. En citas y alusiones deja entrever algunas fuentes conceptuales de sus convicciones políticas, su conocimiento de la historia universal y el origen de sus valores republicanos, como cuando destaca una frase de Melchor Ocampo: “En la lucha de principios, sólo el radicalismo es salvador”.

Son de sumo interés sus descripciones del paisaje y de las particularidades sociales de varias partes del territorio nacional como la región huasteca o las comarcas chicleras de Quintana Roo, o bien los recuerdos de su gestión como director de la Colonia Penal de Islas Marías, etapa en la que le correspondió conducir a la famosa madre Conchita, implicada en el asesinato de Obregón.

Sin menoscabo del espíritu revolucionario que tanto significó en la orientación de sus actos, Múgica muestra también su faceta de admirador de la belleza femenina a todo lo largo de los lugares que visita, y hace ver la importancia que las mujeres ocupan en su vida: “El hombre completo debe ser confiado, amante, entusiasta y apasionado”. Y es justamente en este ámbito en el que denota acaso su mayor vitalidad expresiva, sea para consignar la profunda decepción que lo abatió al ver después de muchos años a una de las inspiradoras de sus más encendidos anhelos eróticos o bien para reafirmar la atracción que le causó encontrar de nuevo a una novia de juventud convertida en monja.

De pronto dice: “…la mujer se da al mar con embeleso, el mar la toma con furia, la cubre celosamente con su manto verde, la voltea brusco, la besa intenso y la abandona, y ella, como hembra insatisfecha, lo sigue ahincada y lo espera anhelosa, avara de sus caricias”. Así, el baño de una joven costeña en aguas del golfo de México guía su pluma para hacer de ellas una potencia masculina, a la manera de algún soneto de Lugones pero con el sello de una voz propia: la de alguien que supo aunar los rigores de su experiencia cívica con la apreciación de la belleza en todas sus manifestaciones.
 

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Edición: Estefanía Cardeña


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