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Après nous, le déluge

En el juego por salvar al planeta como nuestro hogar, nadie quiere pagar el precio del primer paso
Foto: Ap

Editorial

Nos encanta decir que sí pensamos en las siguientes generaciones, que sabemos que el planeta no es sólo de los que hoy lo habitan. A los padres y los abuelos les fascina decir que mucho de lo que hacen es por las pequeñas y pequeños que vienen. En esta semana quedó claro que entre los líderes mundiales y buena parte de quienes son la base productiva del planeta, todos esos enunciados son sólo parafernalia discursiva. Los humanos de este tiempo están pensando en los humanos de hoy y lo que pase mañana no es su problema. 

Sí, la humanidad está en curso casi irremediable de rebasar el calentamiento global promedio de 1.5 grados Celsius este siglo y con ello desataremos las manifestaciones extremas del cambio climático. Vendrán sequías e inundaciones, huracanes más severos y frecuentes, elevaciones del nivel del mar que amenazarán comunidades costeras, diremos adiós a muchos glaciares y con ello sufrirán los ríos y reservas líquidas que sostienen a miles de ciudades y cientos de millones de personas, se extinguirán los arrecifes y todos los sistemas climáticos se trastocarán y se volverán erráticos. 

Sobre todo, esos 1.5 grados Celsius de calentamiento adicional representarán inestabilidad geopolítica, crisis económicas, pobreza, cientos de millones de refugiados ambientales, especialmente en Centroamérica, África y Asia, los conflictos por el calentamiento tendrán el calor de la pólvora y el metal. A nuestro país no le irá nada bien en amplias áreas de la geografía nacional. 

Viene una era de incertidumbre terrenal, justo cuando los seres humanos nos hemos convertido en adictos a las evasiones virtuales y a la economía e intercambio del ciberespacio. En el juego por salvar al planeta como nuestro hogar, está claro que nadie quiere pagar el precio del primer paso y los pasos que se están dando son tímidos, parciales y sin gran compromiso político. Seguimos atrapados en lo inmediato, en las sumas y restas de los negocios, en las vencidas de la geopolítica, en ganar cada quien su trono, su fama y sus dineros; parecemos esos necios habitantes de Westeros que no ponen atención a la pieza de información más importante de su vida:  “Winter is coming”. 

El 10 de noviembre de 2021 será uno de esos días inscritos en la infamia, el día que la mayoría indiferente impuso su visión de que no importa el mañana, el día que dejamos de ser visionarios y ratificamos nuestro egoísmo como sociedad del consumo y del individualismo, incapaces de la acción colectiva, imposibilitados para sacrificar placeres, ingresos y comodidades a cambio de salvar al planeta tal y como lo conocemos. Es natural, la mayoría de los que hoy estamos vivos veremos sólo el comienzo del fin bajo el cambio climáticos, los que pagarán a plenitud los platos rotos son muy pequeños o todavía no han nacido. De ellos será la herencia de huracanes por los vientos que hoy sembramos. 

No vamos a reaccionar ante el cambio climático sino hasta que esté encima de nosotros y probablemente intentaremos solucionarlo todo con tecnologías (grandes máquinas que aspiren los gases invernaderos de la atmósfera, que sepulten el carbono en lo profundo de la tierra, etc.). Tristemente esa opción podría salvar a la humanidad, pero cuando ya hayan partido muchos de los tesoros naturales vivos que tienen derecho a existir. Si esa opción del hombre convertido en soberbio Dios falla, entonces vendrá una nueva era y la civilización como tal habrá de caer para dar paso a algo diferente en lo económico, lo social y hasta lo biológico. Nadie dijo que la era judeocristiana sería eterna. Egipto, Mesopotamia, Roma y muchos más cayeron, porque nuestra época no habría de tocar a su fin. 

Los gobiernos y las empresas no actuarán en serio, hasta que los daños sean enormes y evidentes y sean atractivos electoral y comercialmente. Nadie dejará de ganar dinero para hacer lo correcto. Los grupos en el poder no dirán que no -de forma real- al carbón, el petróleo y las gasolinas. Los billonarios se obsesionan hoy con viajar al espacio como el nuevo turismo “chic” cuando pocas cosas generan más carbón por pasajero que ese pasatiempo del 1 por ciento. La única esperanza son los jóvenes.

Sí, los jóvenes que decidan adoptar un estilo de vida sustentable. Consumiendo menos. Dejando atrás el turismo masivo del all-inclusive. Diciendo no a la carne roja que tala selvas y nos inunda de metano. Siendo más austeros en sus ropas y algodones que secan ríos. Forzando con sus carteras a que las empresas que ellos hacen posible cambien su rumbo. Sólo ellos con nuevos hábitos, credos y acciones colectivas podrán de moda al planeta de la forma más generosa y solidaria. Ellos son la última trinchera, los que podrían decidir vivir de forma diferente porque todavía están a tiempo de ser diferentes. Es ellos o nadie más, porque casi todos los cuarentones, cincuentones, sesentones y demás que gobiernan el mundo, con su inacción absurda han dicho lo que opinan de forma muy clara y cínica: Après nous, le déluge (Después de nosotros, el diluvio), y esta vez no es una expresión figurada, sino un significado literal. 

 

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Edición: Estefanía Cardeña


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