Cuando las palabras no alcanzan

Aída López

El mes de Sor Juana es también de Sarita Poot Herrera. El viernes 12 de noviembre, mismo día del natalicio de la Décima Musa hace 370 años, recibió la máxima presea Sor Juana Inés de la Cruz, la de la Universidad del Claustro de Sor Juana, de manos de su rectora Carmen Beatriz López Portillo, por su aportación al conocimiento de la literatura mexicana a nivel nacional e internacional. A esta celebración se suma el máximo reconocimiento otorgado por la Universidad de California, Santa Bárbara: Distinguished Professor, donde se desempeña como profesora e investigadora adscrita al Departamento de español y portugués. 

Inundación Castálida, revista de la Universidad del Claustro de Sor Juana, le dedica el número 19; su directora, Moramay Herrera Kuri, la presentó en el marco de la celebración. En la portada, entre una inundación de letras, asoma el rostro de Sarita -foto proporcionada por el ingeniero Guillermo Levine-, seguramente de sus años de estudiante, donde ya la mirada delata su personalidad recia, acuciosa, inteligente, sagaz, entre otras virtudes y gracias. 

En la sección “Tinta en alas de papel”, los editores nos convocaron para escribir acerca de Sari, Sarísima, Saritísima, Saritiux, Sarule, Saramaga, como la llamamos de cariño sus amigos. Al paso de las páginas vemos fotografías inéditas tomadas en diferentes etapas de su vida, a veces juguetona, en otras desafiante o reflexiva. Los poetas Myriam Moscona y David Huerta, dedicaron sendos poemas a la siempre bruna, a la bailadora de sones y jugadora de runas como se lee en el soneto de Myriam o en la “Danza del tiempo” que le escribió David, donde compara este con la sílaba, por ser un discurso infinito.

Para Cristina Rivera Garza es una doble agente, ya que, aunque nació en Mérida, nace y renace donde enraíza su trabajo. Guillermo Levine le escribe una carta donde le cuenta la inspiración que es en su vida para realizar actos rememorando sus orígenes como maestra rural. Elena Poniatowska hace un “homenaje” comparándola con un elfo, a quien le debe “todas las sonrisas, todos los rayos de sol y toda la blancura de Mérida”. María José Rodilla escribe un decálogo en el que retrata muchas cualidades y mínimos defectos de su colega: “buhonera, dietética, ingeniosa, yucateca…”. Para Edith Negrín su hermana no tiene límites, oscila entre una abeja hacendosa y un cometa refulgente.

Con el verso final del soneto de Sor Juana: “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba”, Rosa Beltrán titula su texto donde reconoce los hallazgos de la investigadora para mantener viva a la monja jerónima. Gigí López Portillo rememora los 25 años de conocer a Saritiux, así como la manera en la que ha tocado su vida. Michael Schuessler la llama “grande: es un huracán, rayo fugaz…”. Hernán Lara Zavala la describe como “una melena de ideas: delgadita, siempre sonriente, con el paso firme de bailarina rítmica…”. Oswaldo Estrada dice que es la culpable de que muchos hayan publicado en revistas internacionales editadas por ella. Para Luzelena Gutiérrez de Velasco son ¡amigas por siempre!, los son desde la juventud. Jacobo Sefamí la considera su hermana y una workholic y para mí, la adorada Sarita, es una “Castalia inagotable”, una “sabia hogareña”, siempre preocupada y ocupada de su entorno y sus amigos.

Retomo la reflexión del Editorial, donde se compara la devoción de Sor Juana con la de Sarita Poot Herrera, quien “se ha entregado a descubrirnos esa galaxia que es el conocimiento humano”.

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 Edición: Estefanía Cardeña