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Foto: Afp

La ONU emitió, a través de su Asamblea General en 1993, la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, instaurando el 25 de noviembre como su día a nivel internacional y definiendo violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada”. 

La ONU manifiesta que la violencia puede ser de forma física, sexual y sicológica e incluye:

-Violencia por un compañero sentimental (violencia física, maltrato, psicológico, violación conyugal, feminicidio);

-Violencia sexual y acoso (violación, actos sexuales forzados, insinuaciones sexuales no deseadas, abuso sexual infantil, matrimonios forzados, acecho, acoso callejero, acoso cibernético);

-Trata de seres humanos (esclavitud, explotación sexual);

-Mutilación genital, y

-Matrimonio infantil.

Añadiría: violencia al ser designada: la culpable de todo; también la de los hijos, al exigirles a sus madres, sigan resolviendo sus problemas, olvidando que ella es una mujer que tiene preguntas qué responderse.

Monique J. Lemaitre en la presentación de su libro Elvia Carrillo Puerto, La monja roja del Mayab, apunta: “La amnesia histórica que padece el mundo hegemónico patriarcal es también una amnesia selectiva, que afecta particularmente a las mujeres que no respondieron en vida a los arquetipos impuestos por ese sistema. Son víctimas de un ninguneo avasallador”. 

Y es que la violencia a la mujer, se viste de muchos colores. No es necesario matarla, basta con ignorarla. El silencio es un arma muy filosa. No te veo ni te reconozco, no te escucho, ni agradezco, no respondo; no te pago lo que mereces; no aclaro la situación. Te expongo, interrumpo, ninguneo, ignoro tus opiniones y sentimientos, me burlo de ti; te manipulo, juzgo y sentencio por tus creencias, raza, edad, escolaridad y sexualidad; te busco cuando necesito algo; te uso. 

Y la violencia termina siendo de tres: el que la produce, la que la recibe y calla y los que observamos sin involucrarnos.

¿Cómo es posible que sigamos permitiendo situaciones como las que viven las mujeres en Tenancingo, Tlaxcala, donde se sabe que la economía de la localidad se basa en las redes creadas por delincuentes para explotar sexualmente a cientos de mujeres, en el país y fuera de él?  A pesar de que la periodista Evangelina Hernández publicó en Tusquets, en 2015, Tierra de padrotes, donde revela el mundo de varias generaciones de proxenetas tlaxcaltecas, que bajo engaños, secuestros, amenazas y violencia, someten a mujeres de todas las edades, para obligarlas a que se dediquen al sexo servicio y les genere una riqueza que ha sido estímulo para que los niños tengan esa profesión como meta.

Parecería que padecer violencia es una forma de vida natural del ser mujer. “Es la voluntad de dios”, nos dijeron ¿A quién se referirán? Quizá al dios de Zaratustra, filósofo persa del siglo VII a. C. que escribió, y trascendió en el tiempo para regocijo de sus congéneres: “La mujer debe adorar al hombre como un dios. Cada mañana por nueve veces consecutivas, debe arrodillarse a los pies del marido y, de brazos cruzados, preguntarle: Señor, ¿qué deseas que yo haga?”

¿Por dónde comenzamos? 

Hace 10 años, en la India, Sampat Pal fundó la organización Gulabi Gang, El ejército del Sari Rosa, que hoy cuenta con más de 400 mil mujeres. Cuando se enteran de que una mujer sufre violencia, va el ejército rosa con su bastón que toca el suelo con fuerza frente a la casa, a manera de aviso. Sale el marido y le notifican: “Tu esposa ya no está sola, si la golpeas de nuevo, volveremos”. Los grupos se han multiplicado y formado cooperativas que les da independencia económica, y las historias para las viudas y mujeres sin escolaridad, toman rumbos muy distintos a los de sus abuelas.

Toca despertar, recuperarnos, respetarnos, involucrarnos, entablar lazos de empatía y sororidad. Que todas las niñas, y niños, grandes y chicos, nunca dejemos de estudiar.


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Edición: Estefanía Cardeña


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