Cumpleaños de una Mérida fragmentada

La Mérida que hoy festeja está fragmentada. Ha crecido tanto, en tan poco tiempo, que algunos advierten que está al borde del colapso. Sin embargo, es una ciudad que atrae, a la que otros ven como un paraíso. Ambos extremos tienen razón. La urbe plantea un enorme reto para autoridades y habitantes si lo que se pretende es mantener e incluso mejorar la calidad de vida de sus residentes.

Debe reconocerse que, en la realidad mexicana, Yucatán en general y Mérida en particular constituyen un oasis. La segunda no es precisamente la ciudad ideal, pero sí la que más destaca en rubros como seguridad, crecimiento económico, bajo índice de desempleo, alta participación de la ciudadanía en las elecciones -lo que confiere legitimidad a sus autoridades. 

Sin embargo, hay muchas realidades en la mancha urbana. Mérida no es una ciudad polarizada. Si hace un siglo sus habitantes “vivían en adoquín” o eran “gente del centro” para diferenciarse de quienes residían en zonas a las que el pavimento no había llegado o bien distinguirse de “los de los barrios”, hoy la división es más amplia: los que residen en el norte, el sur, o las comisarías; incluso cada uno puede indicar, más que una zona, un espectro muy amplio: no es lo mismo quien ha llegado a vivir a Temozón que quienes están en Caucel o Dzununcán, y por eso hoy los meridanos nos hemos ido dividiendo por lugar de origen y de residencia, por los lugares que visitamos y por los que no. Y terminamos recelando unos de otros.

Porque somos los que habitan en ciudades-dormitorio, los del mega fraccionamiento con un sólo acceso y transporte público limitado, los de la zona de invasión sin acceso a servicios, los que reclaman por un justo descanso mientras otros se divierten en el antro vecino; pero en realidad hemos crecido tanto que ya no saludamos al vecino. Mérida ha perdido puntos de encuentro y en su lugar han surgido espacios donde conviven los iguales y son pocos los que aspiran a conocer toda la ciudad. Poco dicen la Plaza Grande y Paseo Montejo a quienes hacen su vida cotidiana entre Circuito Colonias y el Periférico.

Es inútil pretender que la ciudad se mantenga en la dimensión que capturó Gonzalo Cámara Zavala en el Catálogo histórico de Mérida. Y si se relee este folleto será duro darse cuenta de cuánto del patrimonio edificado de la urbe se ha perdido. El crecimiento debe darse, aunque hoy no se cuente con rituales que hagan de un parque o una avenida el punto de encuentro de las Méridas. Nuestra Plaza de la Constitución no tiene la función de medir el impacto del acto público que sí tiene el Zócalo de la Ciudad de México, y el carnaval del presente no convoca a los mismos que respondían al llamado de Momo.

Poco puede hacer la nostalgia para dar a los meridanos el sentimiento de pertenencia a la ciudad. En muchos priva la idea derribar edificios, tumbar árboles, construir grandes edificaciones de hierro y cristal que consumirán energía a lo bestia; eliminar glorietas y monumentos porque es más fácil y más barato suprimir identidades que propiciar el diálogo, pero esto es lo que requiere una ciudad de 480 años como regalo, ya sea por onomástico o por los Reyes, para que sus habitantes nos veamos incluidos, con todas nuestras diferencias, en la construcción de una Mérida para todos; para que veamos que lo importante no es distinguirnos, sino unir los fragmentos.

[email protected]

Edición: Estefanía Cardeña