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'Se renta', de vuelta a la vida

Un meteórico encuentro sentimental con diferencias muy marcadas
Foto: Fotograma de película

Al cineasta israelí Eytan Fox se le conoce en México por una serie de películas de temática gay exhibidas desde hace veinte años, lo mismo en festivales de cine de diversidad sexual, como Mix México, o por su difusión puntual en el Festival Internacional de Cine Judío actualmente en cartelera. Títulos como Yossi & Jagger (2002), Caminando sobre el agua (2004) o La burbuja (2006), han dado cuenta de las complejidades culturales y políticas de Israel, y con ello han resquebrajado la cómoda representación de un país atrincherado en una tradición moral inamovible y en prejuicios religiosos ancestrales. Trátese de una historia de amor entre soldados o de conflictos entre árabes e israelíes atemperados de modo sorpresivo en una fraternidad homoerótica, o más aún de tomar el pulso de una ciudad tan moderna, cosmopolita y abierta al cambio como Tel Aviv, las crónicas sentimentales de este director han sido siempre reflejo de una postura cosmopolita y liberal totalmente opuesta a cualquier fundamentalismo religioso.

Sorprende ahora en Se renta (Sublet, 2020), su cinta más reciente, que Eytan Fox adopte un tono mucho más intimista, con escasas referencias políticas, y de tono narrativo más convencional, para relatar la historia de un meteórico encuentro sentimental (apenas cinco días) entre el estadunidense Michael (John Benjamin Hickey), hombre maduro, entrado en los 50 años, y el israelí veinteañero Tomer (Niv Nissem), quien por penuria económica ofrece subarrendarle su departamento al visitante estadunidense. Todo parece indicar que por identificarse los dos como gays, la comunicación entre ellos habrá de ser cordial y espontánea, pero tal posibilidad corre el riesgo de frustrarse por las inercias culturales de un Michael particularmente metódico y muy ordenado en su estilo de vida, a pesar de ser autor de una columna para el New York Times en la que reseña sus andanzas por países lejanos y que irónicamente lleva como título “El viajero intrépido”. Lejos de ser un hombre inconformista y audaz, el visitante lleva en su hogar neoyorkino una vida de hombre casado con su pareja masculina que sólo ansía procurarle un hijo mediante una gestación subrogada. El hombre es particularmente indeciso, revela una vulnerabilidad sentimental a flor de piel, y se muestra consciente de los riesgos afectivos que enfrenta al involucrarse físicamente con un hombre treinta años menor que él. El actor John B. Hickey interpreta de modo formidable la confusión sentimental de un personaje que, pese a sus múltiples vacilaciones, nunca pierde un ápice de su dignidad.

El joven Tomer, por su parte, ostenta, con un candor inquebrantable, la certeza de que todo compromiso amoroso es inútil y que los finales felices son engorrosos, aun cuando en realidad es él, de los dos, el personaje más propenso al romanticismo. No deja de sorprender su asombro y aparente insensibilidad cuando Michael le refiere la tragedia que cuarenta años atrás representó el sida, el flagelo que acabó con millones de existencias, pero en especial con la vida de su primera pareja. Las heridas aún abiertas de este hombre representan una incómoda intrusión en la despreocupada rutina de encuentros sexuales fortuitos que el joven cumple por medio de su sitio de ligue masculino Atraf (el Grindr israelí). A un Michael más escarmentado le cuesta trabajo entender que una satisfacción sexual pueda hoy equipararse a la entrega puntual de una pizza. O que los jóvenes no usen, como él, piyamas para dormir o hagan del desorden en sus cuartos el postulado mayor de un estilo de vida, la reivindicación de una libertad individual. En esta realización sencilla, próxima por momentos a una teleserie, hay sin embargo momentos brillantes. Una escena, posiblemente la mejor del filme, muestra a Michael inmóvil en una silla, mientras asiste al encuentro sexual de Tomer con un joven de su edad, sin permitirse participar en él y sin ser tampoco convidado. Es un momento de soledad intensa, de disociación absoluta con el mundo juvenil que le rodea y del que sabe que nunca más volverá a formar parte. Esta escena que pudiera ser el detonador de un drama pesimista, se vuelve sin embargo, y gracias a la observación inteligente del cineasta, el inicio de un entendimiento más cálido y completo entre los dos protagonistas. De esta manera, Eytan Fox, el cronista liberal judío que con tan buen juicio ha reflejado en su cine la complejidad política e interracial de su país, se aboca ahora a sintetizar en Se renta algunas de las tribulaciones afectivas, no menos agudas, que pueden experimentar dos generaciones, dos estilos de vida, en apariencia muy distintos, que encuentran en la fraternidad el denominador común más afortunado.

Se exhibe hoy en el Festival Internacional de Cine Judío en México. Cinépolis Universidad, a las 18 horas.

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Edición: Emilio Gómez


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