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Jaquelyn Rosado Puerto

La paz es la hija de la justicia, porque no puede existir sin ésta. Es un valor de la humanidad que trasciende fronteras, no reconoce diferencias y es el fin último de luchas por causas justas. También es un arma de discursos fascistas, tan trillada de tanto escucharla como palabra vacía en las bocas ambiciosas. 

A veces es contada en cuentos a los niños, burlando su inocencia al decir “aquí hay paz” cuando no hay más que miedo, tabúes y silencios tristes. Y es que no puede haber paz sin libertad, y la libertad sólo se alcanza cuando se vive sin miedo.

Las mujeres somos un ejército de paz. La búsqueda de justicia moviliza mujeres, aquel género muchas veces invisible en las historias de los libros, cuyo papel ha sido y sigue siendo fundamental para pacificar conflictos y progresar como comunidad. 

Donde hay violencia, nos organizamos para que ésta no siga dañando a las generaciones futuras. En las guerras, los hijos e hijas son de todas; las mujeres protegen a los más débiles y se protegen entre sí mismas. Se llama sororidad y es un valor fraternal que nos une, que teje cadenas fuertes e inquebrantables. Madres, hermanas, tías, abuelas, primas, sobrinas, amigas, vecinas. La sororidad nos hace vernos en espejo, reflejadas la una en la otra. 

Sin la participación de las mujeres es imposible alcanzar la paz. Nuestra voz se oye más fuerte cuando muchas se hacen una. En medio oriente mujeres se organizan para evitar el de activistas a favor de sus derechos. En Sudamérica, mujeres protestan pacífica pero contundentemente señalando al violador, mientras bailan por las que ya no están.

En todo México mujeres se unen para hacer frente a la violencia machista que abunda en instituciones, hogares y espacios públicos. En este momento hay una mujer anteponiendo su cuerpo, su integridad, sus palabras, sus escritos para que otra no sea víctima del machismo. Las mujeres marchamos resilientes, nuestro ejército transita por el sinuoso pero certero camino hacia la paz. 

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Edición: Ana Ordaz 


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