Cosecha venturosa

Como todas las actividades que procuran gozo y sorpresa, la lectura ejerce un poder de atracción tan intenso, muestra una fuerza magnética de tal naturaleza que florece en el gusto de quienes la frecuentan, por extraer de ella satisfacciones en abundancia. Pero hallar el libro, el pasaje o la cláusula que desencadene ese estado de plenitud no siempre se consigue en un primer intento, y ésta es la razón por la que muchas personas juzgan tiempo perdido el que pueda emplearse en leer a cambio de otras ocupaciones más redituables en su efecto inmediato.

Los asiduos de la lectura por placer saben que no todo lo que prueban se ajusta a sus búsquedas, y así se dan de frente con textos mal hilvanados, insípidos o concebidos a la intemperie sin el concurso de un hado que los haga vibrar. Su mirada expectante se sabe resarcida cuando por fin se interna en una comunidad de letras en equilibrio cuyo significado sugiere muchas formas de enunciar la experiencia fecunda del mundo, la visión aguda de la vida.

Hay jóvenes portadores de una madurez creadora que alcanza valores apreciables en su obra. Leer a Joaquín Filio (Mérida, Yucatán, 1991) deja esta convicción. Es un narrador de voz persuasiva, en tono de autenticidad, que convierte sus escritos en prenda indudable de talento con un estilo definido, seña de identidad que lo hace destacar entre los autores de su generación. Su obra publicada incluye dos libros de cuentos, además mantiene una presencia activa en medios audiovisuales, digitales e impresos.

Es justo ponderar las cualidades que dotan de energía singular a las plumas decantadas en el ejercicio de una conciencia clara de su vocación. En Escafandra (2020), Joaquín Filio evidencia una sensibilidad afinada en el territorio que irriga una vida subjetiva de gran riqueza, desde la frescura de los cauces en que el trabajo disciplinado faculta a honrar el oficio en que discurre. Explora a fondo sus recursos de expresión dosificando el humor, la ternura, la ironía y la síntesis reflexiva trasformada en imagen, y con ello brinda impresiones dinámicas, tersas, envolventes.

En sus cuentos, los estados de ánimo se proyectan en manifestaciones palpables para referir objetos que cumplen cometidos simbólicos, todos concordantes con la sustancia que les comunica movimiento y dignidad estética. Conjuntar estos principios parece tarea ligera si sólo se observan sus resultados desde una posición externa: la del lector que recibe lo que llega a sus manos sin discernir los retos que se imponen los autores al examinar la insuficiencia de fórmulas y convenciones elementales, medios a los que otros se aferran para atemperar los vaivenes de impulsos ciegos, en la medida de su poca disposición a mirar más allá de lo que la comodidad permite.

La calidez de estos textos hace sentir las emanaciones de una prosa cuyas fuentes equilibran un sustrato de oralidad, a la par de una exuberancia emotiva que se percibe espontánea, fluida pero sabiamente filtrada en la continua práctica introspectiva. Son cuentos proclives a una lectura en voz alta porque su recepción auditiva permite captar la variedad y la sutileza de los matices afectivos que entrañan. Aunque este enunciado podría aplicarse hipotéticamente a cualquier producción en el mismo campo, hay diferencias cualitativas que, en el presente caso, favorecen registros sensoriales de sello vigoroso.

Es necesario subrayar el impulso renovador que experimenta la literatura nacida en suelo peninsular con la presencia de creadores de cuño fresco y de camino firme, que sin gestos pretenciosos consolidan un espacio en el arte de la expresión escrita. Quienes conocen la medida de sus aptitudes, concediéndoles el tiempo necesario para hacerlas cuajar,  reinventan dones esenciales como referencia de un tránsito constante hacia formas depuradas en las cuales alojan contenidos significativos, moldeados en proporción con las sendas que señalan y simbolizan.

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Edición: Emilio Gómez