Hipil: La bandera del deporte maya

Este fin de semana se llevó a cabo, por primera vez, un partido de sóftbol femenil en el estadio Kukulcán de Mérida, algo que ha sido calificado como histórico en el estado, al tratarse de equipos femeniles en el terreno de juego: las Amazonas de Yaxunah se enfrentaron en un encuentro amistoso contra La Natividad de Sucilá, siendo estas últimas las vencedoras finales con marcador 14-12.

La antesala de la competencia estuvo envuelta en una serie de declaraciones que, a mi parecer, reflejan nada más la punta de un iceberg enraizado en las profundidades del folklorismo mayista, la exotización y del racismo, pues todo giró en torno al equipo de mujeres que juegan descalzas y con hipil.

De entrada, pensar en una mujer profesionalizada en el deporte es ya de por sí un hecho celebrado por todas las implicaciones necesarias para lograrlo y también por todo aquello que fractura dentro de los estándares del machismo en el área. Ahora bien, pensar en una mujer maya haciendo lo mismo refleja una narrativa más potente, pues no sólo cuestiona las dinámicas sociales entre hombres y mujeres sino que también ciñe líneas que hacen referencia a aspectos culturales e identitarios y, quizá, hasta ideológicos.

Me parece exótica y racista la versión de quienes han tenido el poder de narrar quiénes son Las Amazonas de Yaxunah o Las Diablillas de Hondzonot, en Quintana Roo, pues creo que si jugaran de otra forma, es decir, sin hipil y con tenis, probablemente serían un equipo femenil más de la región y no sólo eso: al no tener la misma proyección que la actual, ni las autoridades ni la sociedad estarían enterados de la existencia de los equipos de sóftbol en las comunidades del interior del estado o, tal vez, no existiría la catalogación de equipos “orgullosamente mayas”. Izar la bandera del orgullo identitario y cultural a través de ellas es una falacia, una negación del origen representado por mujeres que rompen paradigmas. Categorizar y ponderar el deporte por la vestimenta y no por la capacidad de las jugadoras es un guiño a la folklorización; es la cancelación a las cualidades reales que estas mujeres han desarrollado en el terreno de juego, aunque eso no parezca ser un tema de relevancia, sin mencionar el riesgo al que se han enfrentado cada vez que han jugado sin protección.

Estos cuestionamientos llegan de adentro hacia afuera, es decir, desde alguien que siente pertenencia hacia el pueblo maya y que está inmersa en las complejidades identitarias que categorizan lo maya y lo indígena de aquello que no lo es. Considero sumamente destacable el valor y la fuerza de estas mujeres que batean en el juego y que, además, enfrentan del otro lado del campo un ambiente hostil de señalamientos desde diversas ópticas, ya que, incluso las diferencias internas ocurridas en el equipo yucateco fueron motivo de críticas y señalamientos severos durante el fin de semana, como si los conflictos sociales fueran exclusivos de otros grupos, menos del pueblo maya o inclusive de las mujeres, sea la que sea su adscripción cultural, dado que es atribuible al simple hecho de pertenecer a una sociedad humana. En definitiva esto no quiere decir que jugar sóftbol, o cualquier otro deporte, con hipil o con alpargatas sea algo criminal; la reflexión va más allá de ello. Nos pide cuestionar los procesos y las formas con los que “refuerzan” la identidad en la región y también considerar los aspectos con los que se “apoya” al deporte en los pueblos mayas del interior del estado. 

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Edición: Ana Ordaz