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'Reparto de máscaras. Paleros, acarreados y reventadores' de David Bak Geller

Un análisis literario se vuelve crucial para re-entender la acción política
Foto: jusaeri

Nalliely Hernández Cornejo

E n las últimas semanas términos tradicionales de nuestro lenguaje político alcanzaron picos inusitados de uso en la escena publica, el que más, el de los acarreados. Resulta sorprendente descalificar con ese concepto una movilización de más de un millón de personas. Pero tampoco es nuevo. En la esfera nacional como local resulta una estrategia de descalificación común en los movimientos sociales escuchar el rumor a voces o la acusación contundente de el palero, el acarreado, el reventador, el esquirol o el vendehuelgas. A propósito de este vocabulario David Bak Geler acaba de publicar un interesante ensayo que parece haber atinado su pertinencia en la escena política casi como bola de cristal.

Y es que, para los mexicanos, ya sea que hayamos participado alguna vez en algún movimiento social, por pequeño o momentáneo que fuera, o en el simple seguimiento de las noticias, resulta un lugar común haber escuchado que en tal protesta acarrearon gente, que tal personaje traía su palero o en tal evento hubo reventadores. Si algo nos heredó el autoritarismo del sistema político mexicano es la naturalización de que, en la escena política, en la disputa del bien común, siempre hay falsos agentes, intereses oscuros o manos negras que mueven los hilos del destino de la sociedad.

El texto echa mano implícita o explícitamente de filósofos, antropólogos, literatos y literatas, para analizar el uso de estos términos del lenguaje político mexicano ordinario, que normalmente la academia olvida para centrase en la artificialidad y abstracción de los términos de la teoría democrática liberal. Con él, nos ofrece una constructiva y original propuesta de lo que subyace en estas prácticas, lo que nos dice de la acción política nacional, más aún, de lo que podría estarse gestando en su resignificación.

Bak Geller clarifica y disecciona los tres términos de forma tan rigurosa como divertida, mostrando cómo todos ellos tienen como elemento común la deslegitimación de la acción política de los ciudadanos, no es la voluntad propia la que los mueve: ya sea por que se recibe una compensación (la clásica torta con refresco), una coerción o porque se sirve oculta y siniestramente a “otros intereses” diferentes de su motivación explícita. Adicionalmente, muestra cómo la posibilidad de desmentir una acusación de un agente vicario, como él les llama, se torna casi imposible, a menos que uno esté en una posición de privilegio respecto a los medios a los que tiene acceso y su capacidad de consumo. En suma, que la acusación está montada sobre la propia desigualdad de la participación política, permeada por el clasismo, el racismo y la desigualdad de género (como dice Federico Navarrete, detrás del pobre está un rico, del indígena un mestizo y de la mujer un hombre).

Lo más interesante, desde mi punto de vista, es que a través del análisis de este “lenguaje de la sospecha”, queda claro cómo el funcionamiento del sistema a través de este vocabulario instituye una paranoia política, muy tradicional y asentada en el imaginario social, pero más aún, una sensación de desamparo democrático. Si los agentes políticos auténticos son indiscernibles en términos prácticos de los fake, ¿cómo sabemos qué legitimidad tienen las demandas, negociaciones o diálogos para las decisiones públicas? ¿Cómo sabemos que tenemos en nuestras manos nuestro destino? La consecuencia fatal del vocabulario de los acarreados y reventadores va más allá de lo que el propio autor expresa. No solamente explica la sensación de que nunca sabemos sobre la autenticidad de los demás actores políticos, no solo les anula su carácter de ciudadanos (su ser político), sino que nos deja con la duda de que tal vez nosotros mismos no lo somos.

No puedo resistir la tentación de narrar brevemente una anécdota personal para explicarme. Cuando fui huelguista de la UNAM en defensa de la gratuidad de la educación, constantemente había acusaciones de que los “moderados” en realidad buscaban el beneficio propio como cuadros políticos (lo cual en algunos casos resultó cierto, cabe mencionar), y que los radicales buscaban boicotear el movimiento, pagados a veces por fuerzas oscuras de la Secretaría de Gobernación. Incluso había rumores de que el objetivo final de la derecha era radicalizar la huelga para cerrar la Universidad. En algún punto esta posibilidad sonaba plausible (después de 9 meses). La sensación de un estudiante que genuinamente se sumaba al movimiento era que “en realidad” no sabía a quién servía o para qué. La paranoia política genera inmovilidad social. 

Por ello, el análisis del libro al mostrar esta perversión heredada se vuelve crucial para re-entender la acción política: desde una práctica que se volvió cotidiana en el sistema político mexicano, pero que a su vez su mistificación evitó cualquier alternativa. La resignificación que sugiere su libro, y que podría estarse gestando en la sociedad, resultan un nuevo aliento de la política mexicana.

Asimismo, la profundidad de su análisis abre la puerta para repensar las ideas construidas alrededor de la identidad mexicana y los prejuicios que estas arrastran. Usando la metáfora de la máscara, como falsedad y disimulo, en un capítulo por demás sugerente cuestiona algunos de los clichés más asentados por “importantes plumas” sobre la mexicanidad. Tal vez esta invitación a un “lenguaje mestizo”, como le ha llamado Carlos Pereda a su propuesta, más allá de las categorías clásicas de la democracia que parecen ser insuficientes o de plano ajenas a nuestra realidad sea una apuesta por demás productiva. 

David Bak Geller Reparto de Máscaras. Acarreados, paleros y reventadores Editorial Gedisa 

*Profesora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Guadalajara

[email protected]

Edición: Ana Ordaz


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