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Historias de barrio

Las obras tienen un desenlace ceñido en frases que las hacen memorables
Foto: Facsímil

Los sabores de la cultura germinan en el tejido que forman las identidades individuales en lazo estrecho con las tendencias colectivas. El medio social y la información genética suman fuerzas para fijar los matices en que cada sujeto enfoca sus impresiones del mundo, desplegadas al ritmo de los pasos dados. La familia modela y guía pero la comunidad más vasta retoca los moldes revelados, y acaso los haga florecer.

La vida en los barrios alecciona mientras transcurre punzante o apacible, cambiando con la experiencia lograda dentro y fuera de ella. Y da mucho que contar como fuente de experiencia y de gozo liberador. Con este ánimo se aprecian libros como Cuentos del barrio mío. Historias de un barrio de La Habana (Mérida, Unas Letras Industria Editorial, 2021), de Gustavo Arencibia Carballo, científico y escritor cubano que registra de este modo la tercera edición ampliada de su obra.

Este rincón citadino, reconstituido desde la perspectiva del narrador, se desgrana en un prisma en que cada historia crea una atmósfera particular, con los valores que le confieren los caracteres de sus personajes y las circunstancias que envuelven su acción en respuesta de sus conflictos y de sus ansias de realizarse acordes con sus metas.

El barrio habanero de El Cerro encarna, en sus marcos limítrofes, un organismo que respira al calor de los actos y de las proyecciones de sus moradores, de la fama terrible que arrastra como resabio de la memoria popular traída a cuento en la tradición oral de la ciudad y en el hálito que recrea las identidades inscritas en el ser comunitario. Aquí confluyen las creencias en torno al destino que le toca a cada quien, los esfuerzos por superar sus adversidades y la conquista del bienestar en frutos tangibles pero también en la sutileza de aquellas expresiones que rozan apenas los espacios públicos.

Por ello, las mujeres jóvenes se reúnen en tardes caprichosas a modelar la figura ideal del hombre que pudiera equilibrar la esencia profunda de su anhelo, mirando más lejos de lo que permiten sus quehaceres cotidianos. Así también los amigos ajustan cuentas con la vida haciendo efectivo el alivio momentáneo de un trago que comparten para sobrellevar los agobios de una página abierta de las vivencias en proceso de escribirse.

No es de extrañar que la estabilidad afectiva niegue sus favores a los enamorados que, en la lejanía, alimentan sus lazos en el mezquino estímulo que procuran los sucedáneos tecnológicos, recursos en apariencia eficaces que pueden transmitir los mensajes más ardientes o los más desesperados hasta el punto en que sus limitaciones de origen pongan término a la frágil tentativa de invocar la plenitud, esquiva como los guiños de la fortuna. Porque siempre hay un futuro que se quiere construir con los ingredientes al alcance de la mano, con los fragmentos en que el deleite fugaz o una versión provisional de la quimera sugieren la palidez de su silueta.

Varios de los cuentos hacen aflorar el sentido de la pérdida, y en algunos de ellos se advierte la restitución del bien ausente de una forma inesperada, pero en otros su alejamiento o desaparición resulta irreparable aun cuando deje el germen de un porvenir benévolo. En ocasiones el logro deseado naufraga sin remedio, como la declaración de amor que se aplaza por circunstancias imprevistas, porque siempre hay alguien que interfiere cuando las condiciones parecen propicias a la intensidad que de pronto se desvanece en amarguras. Otras veces las despedidas perturban a tal grado que parecen repetirse en escenarios ya conocidos o en sueños que por lo menos conceden la gracia de cambiar los rostros de sus protagonistas.

La infancia hace valer en algunos textos su presencia privilegiada, especialmente en uno que se prodiga en trazos de viñeta: “En mi calle nació ayer una Luna grande y redonda, grande y amarilla, grande y roja. Los niños de mi cuadra con gritos alegres corren calle abajo en pos del tesoro blanco; todos quieren alcanzarla, unos saltan, otros corren. Mientras tanto, la Luna risueña los mira y sube un poco más. Al llegar al manto de estrellas el día se despide cordial desde el horizonte. Los niños de mi cuadra corren aun mirando siempre a la amiga Luna”.

Todas las historias tienen un desenlace ceñido en frases que las hacen memorables, y comparten un epílogo que bosqueja líneas de continuidad en este compendio de energías vitales reveladas en el signo de la creación literaria.

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Lea, del mismo autor: Identidad familiar


Edición: Estefanía Cardeña


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