Hoy se cumplen tres años del anuncio de un paquete de medidas para hacer frente a la pandemia de Covid-19. Aquel sábado, Hugo López-Gatell inició con un repaso de cifras; había 142 mil 130 contagios acumulados en todo el mundo y apenas 41 en México, pero apenas el viernes fueron 26.
Aquello fue el inicio de la llamada Jornada Nacional de Sana Distancia, que originalmente iría del 23 de marzo al 19 de abril. Además, se recomendaba suspender las actividades “no esenciales” en los tres niveles de gobierno e iniciativa privada a partir del día 23. Sin embargo, la Secretaría de Educación Pública optó por adelantar la suspensión de clases también a causa del temor que la nueva enfermedad provocó en la población.
No bastó el pronóstico de que la mayor parte de los casos serían leves. Se preveía que 15 por ciento serían fuertes y 5 por ciento de gravedad severa, pero nadie pudo ver cuántos muertos habría finalmente.
Y así comenzó el confinamiento, aquel llamado a quedarse en casa, utilizar el cubrebocas al momento de salir a la calle, los fríos saludos a distancia, y el miedo a abrazar a los seres queridos se fue adueñando de cada uno de nosotros. Llegaron las noches de silencio en las calles, apenas rotos por los repartidores de alimentos y mercancías, el home office ingresó a nuestro vocabulario y los trabajadores envueltos en él terminaron absorbiendo el costo proporcional de equipo y electricidad de la empresa; las plataformas de conferencias virtuales tomaron un espacio en las computadoras y perdimos el contacto cara a cara, en nombre de la sana distancia.
Fueron meses difíciles para miles de personas y un tiempo en que quedaron al descubierto el espíritu solidario y empático de muchos, pero también el egoísmo y la mezquindad de otros. Fueron días en los que a las autoridades se les ocurrió colocar lonas advirtiendo que se entraba a una “zona de alto contagio”, que en realidad eran colonias habitadas por trabajadores para los que quedarse en casa no fue jamás una opción. Y también vimos por las calles a mujeres vendiendo golosinas típicas, adultos mayores ofreciendo plantas por unos cuantos pesos a fin de llevar algo de comida a la familia.
Fuimos testigos de tratos criminales contra el personal sanitario: desde quienes les aventaban café o huevos a las enfermeras que abordaban el transporte público hasta la creación de una primera línea integrada por personal eventual: se convocó a un ejército de médicos precarizados a los que se les ofreció un contrato temporal con el atractivo de una base en el sistema nacional de salud, una promesa incumplida que al final hizo visible que muy poco cambió en esa institución. En cambio, tras extenuantes jornadas, doctores y enfermeras en estas condiciones fueron cayendo.
Fuimos testigos de la escasez de tanques de oxígeno, y de cómo el Instituto de Salud para el Bienestar sirvió para muy poco, mientras el personal sanitario enfrentaba también escasez de insumos para su propia protección. No era extraño escuchar que su equipo incluía unos goggles amarillentos, de tanto que habían pasado por desinfección.
También vimos a maestros recolectar televisores, computadoras y tabletas desactualizadas para que sus alumnos pudieran acceder a las clases en línea. Otros, a falta de red de Internet en sus centros de trabajo o en toda la población, crearon cuadernillos que entregaron casa por casa. Quien menos abrió una ventana hacia la intimidad de su casa -y también nos enteramos de los horrores que cotidianamente viven algunas profesoras - con tal de ofrecer un poco de calidez a sus pupilos.
Semánticamente, regresar a una nueva normalidad siempre fue un absurdo, pero comprobar que el sistema de salud no ha tenido una transformación de gran calado y que hacer una cita de especialidad sigue siendo tan tardado como antes de la pandemia y los derechohabientes siguen escuchando que el motivo es “no nos han llegado las agendas”, que los repartidores de aplicación siguen desprotegidos y precarizados, que los docentes volvieron a escuelas con estructuras afectadas por los efectos de las tormentas y huracanes de 2020 son indicadores de que sí volvimos a la “normalidad”, pero muchos regresamos rotos, con agujeros en la red de apoyo. ¿Y los héroes? Muchos con justo cansancio y todavía esperando las señales del amanecer.
Edición: Estefanía Cardeña
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