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Psss… verdad

La comunicación acaba por volverse una pugna de poderes
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Ahora que suele discutirse si alguien miente, o dice La Verdad, y cuando se habla entre otras cosas de vivir en la era de la “post-verdad”, es bien difícil decidir con qué aserto quedarse para asumir posiciones, tomar partido, o incluso decir que algo “se sabe”. Quizá lo que sucede es que no tiene sentido alguno pretender asignar a una aseveración, o a un discurso, el carácter de verdad. Para empezar por lo elemental, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define verdad, en su primera acepción, como “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”. Con una definición así, no vamos muy lejos: ¿qué mente, si “cada cabeza es un mundo”?, y ¿qué conformidad, si puede tener un carácter científico, o poético, tradicional, o referencial, etcétera?

El caso es que cuando escuchamos cosas tales como “la verdad histórica”, “la verdad jurídica”, o “la verdad científica”, referidas al mismo objeto o fenómeno, resultan casi siempre dispares, y frecuentemente antagónicas. Imposible comunicarnos si partimos de que yo sí digo la verdad, y tú tienes que aceptarla sin chistar. La comunicación acaba por volverse una pugna de poderes, o de tozudeces.

Tampoco funciona demasiado bien si ponemos frente a frente “mi verdad” y “tu verdad”. Una de dos: o acabamos por no saber de qué estamos hablando, o ponemos nuestras verdades a competir: la mía es mejor que la tuya, porque es científica, o porque es histórica, o jurídica; o peor aún, porque es “la verdad verdadera”.

Si lo que queremos es entendernos, y construir consensos, quizá tendríamos que dejar de lado la idea de “verdad”, y emplear otros conceptos, como la veracidad, en oposición a la mentira. Se es veraz cuando se es congruente: lo que digo coincide con lo que pienso, o con mi percepción de lo real (entendido esto como el mundo “fuera de mí”). Así, cuando el gran timonel nos dice que el país no se está militarizando, es veraz, aunque muchos percibamos lo contrario. Cuando decimos que estamos inmersos en un proceso ominoso de militarización, también somos veraces: decimos lo que percibimos que sucede todos los días. De modo que aseveraciones absolutamente contradictorias pueden ser al mismo tiempo igualmente veraces. Para elegir entre ellas tendremos que “rebotarlas contra la realidad”, someterlas a prueba, y determinar cuál de ellas da mejor cuenta de los hechos con que tropezamos.

Se trata entonces de confrontar distintas narrativas con lo que acontece en lo real sensible, y dotarlas así de diferentes niveles de verosimilitud; es decir, determinar cuál de las narrativas corresponde mejor con lo que apreciamos como suceso, y se aproxima entonces a algo que podremos – ahora sí – acordar qué es verdadero. Como así resulta que la verdad es un constructo convencional, acordado inter pares, no es absoluta, y va entonces acompañada de cierta cantidad de “suciedad”, podríamos decir. Esto que llamo suciedad no es más que el conjunto de nuevas preguntas que la construcción de una nueva verdad suscita

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Lea, del mismo autor: Los manglares de Puerto Morelos

 

Edición: Estefanía Cardeña


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