En hastío del estío

Algún día se me hará averiguar por qué dicen que en primavera despunta la vida cuando desde que baja Kukulcán mi instinto me alerta indicándome que mejor me guarde, verifique las reservas de agua y hielo, que la puerta del refrigerador cierre bien, y darle mantenimiento al aire acondicionado. Es porque estamos en la segunda estación del año en la península, que es la de más calor. En realidad lo apropiado es decir que aquí no existen las cuatro estaciones, sólo está la de un calor muy desgraciado y la de un calor todavía más desgraciado; incluso sería más atinado adjetivar con una palabra de cuatro letras, pero capaz que alguien me acusa de políticamente incorrecto y exige que me inscriban a uno de esos programas de reeducación total estilo Naranja mecánica.

Pero bueno, decía que estamos en la temporada de más calor, que no coincide con el verano, y es cuando en casa todos andamos irritables. El Kizín se la pasa refunfuñando porque el remedio más eficaz para que se sienta fresco pasa por la máquina trasquiladora de doña Paula, que sólo conoce un corte para caballero y es el confiable crushito. En cierto modo lo entiendo, jamás se le ha hecho lucir la más mínima melena en semana santa, que es cuando cree que puede “ligarse alguna morrita”, según sus palabras.

Por su parte, La Cutusa tiene otros motivos para mantener el estado permanente de frustración: no hay peinado ni maquillaje que le dure. Basta que ponga un pie en la calle para que el sudor cause estragos. La Xtabay dice que ya está un poco más acostumbrada a eso y dice que le basta aplicarse base y labial, pero la más mínima ráfaga de viento, que además de lo caliente arrastra una cantidad impresionante de polvo proveniente de los cráteres del Ietram, le deja la cara ajada. El otro día me atreví a comentarle que en lugar de maquillaje utilizara polvo de cascarilla y tuve que ofrecerle dos botellas de sauvignon blanc con Pedro Ximénez en desagravio, luego de que me respondiera que no es beneficiaria de 65 y más.

Pero en realidad lo que más molesta a La Xtabay es que no puede usar la cama que me hizo comprar. Acostarse en ella es exponerse a un estado de deshidratación severa, aparte de llenar el colchón de marcas de sudor. Yo no tengo complejos de usar la hamaca, que me arrulla con su suave vaivén. Hasta hago de cuenta que voy en el Metropolitano y puedo disfrutar de una siesta de hora y media, que es lo mismo que tarda esa ruta en llegar del Walmart de Pensiones a Plaza Las Américas.

Para mí, esta temporada es la de cuidados de la piel, empezando con la ducha. Desde marzo, las llaves del agua tienen otro significado: la c es para caliente y la h es para hirviente.

No todo es negativo: los que aplicamos el sondraying para el secado de la ropa que se acaba de lavar tenemos nuestras prendas listas en media hora. Lo malo es que tenemos que lavar más seguido porque de nuevo, con apenas pisar la calle ya está uno sudando y llenándose de polvo.

Pero lo que más coraje da es que lo que no se va en llantos se va en suspiros. Dejamos de gastar en gas porque se apaga el bóiler, pero de la Comisión Federal de Electricidad no nos salva nadie. Deberíamos iniciar un movimiento para pedirle a don Manuel Bartlett que baje las tarifas y que en Estados Unidos le dicen cómo, nomás es que se anime a hacer el viaje.

Y hablando de viaje, la tribu se pone exigente y exigen que por lo menos apliquemos la microtemporada, que significa asomarse a la playa un fin de semana. Ya comprobamos que ahí hay por lo menos cinco grados menos de temperatura, así que tendré que apechugar y preparar la cartera, como cada año.

[email protected]

Edición: Ana Ordaz