Se llamaba Marcos Abdón Tziquín Uc; era maya, de Guatemala, y tenía veintiún años. Falleció junto con otros treinta y nueve en Ciudad Juárez, la última estación del viacrucis de los migrantes latinoamericanos.
Recordaba Galeano que, desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar. Viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano. El peregrinar de Marcos comenzó al sur de nuestra frontera, meses atrás. Qué motivos lo impulsaron a migrar, los desconocemos. La única certeza es que eran aterradores, como para jugarse el pellejo.
Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.
No sabemos casi nada de Marcos Abdón; únicamente su nacionalidad y edad; abstracciones incombustibles, que resistieron al fuego, a la desmemoria. Los veintiún años que vivió ya sólo habitan en los recuerdos de los que dejó atrás. Sin embargo, un video de treinta y dos segundos captó su pasión y muerte.
El centro de detención de migrantes de Ciudad Juárez está a pocos metros de la frontera; la meta se araña, el destino se ve a simple vista; incluso se huele. Geografía cruel que le recuerda a todos esos que persiguen el sueño que la vida, la mayoría de las veces, es cabrona.
Había sido día de cacería; el centro estaba lleno de presas. El último filtro de los vomitados por el destino. Los migrantes detenidos tenían hambre y sed, de las de verdad, no de esas metafóricas con las que se intenta domar la rabia, domesticar la revuelta. Un desierto en la boca, un monstruo en las tripas. Estaban encerrados, como siempre. Adentro de la celda igual merodeaba la desesperación.
Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo la tierra en el otro mundo adonde querían llegar.
Marcos Abdón ni siquiera llegó; falleció en la cornisa, al borde en esa triste, trágica antesala en la que se ha convertido México. Unas chispas parieron llamas; el fuego, ávido, comenzó a devorar el oxígeno a los migrantes, quienes usaron su último aliento para pedir auxilio; los candados no se abrieron ni ante las súplicas ni ante las patadas.
Pobres son los que tienen la puerta cerrada.
El centro de detención se convirtió, en cuestión de segundos, en el gólgota, con calaveras sonrientes de fuego. Según las crónicas que se publicaron horas después, cuando ya los detenidos se habían asfixiado en la marea de humo llegaron los bomberos, quienes rompieron el candado e hicieron un boquete en el edificio para que empezaran a salir los gases.
En total, realizaron sesenta y ocho viajes: sacaron a treinta y siete muertos y a treinta y un heridos —dos murieron más tarde en el hospital—. Apilaron los cuerpos en la entrada del edificio, ante fotógrafos que capturaron los rostros, los cuerpos semidesnudos, carbonizados.
Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en las cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo. La ropa y la piel de los bomberos y fotógrafos se impregnaron de esos sueños que se convirtieron en cenizas. Aún tratan de exorcizar esos recuerdos con estropajo.
Días de guardar en los que se exhibe igual a los fariseos, quienes de cantar bienaventuranzas a los migrantes los negaron más de tres veces antes de que cantara el gallo. Con sus treinta monedas de plata en remesas, corearon a Barrabás antes que a Marcos y otros dieciocho hombres de Guatemala, siete de El Salvador, siete de Venezuela, seis de Honduras y uno de Colombia.
Edición: Laura Espejo
Según las autoridades de justicia el sujeto estaba ligado al Mosad
Afp
Expulsión de un tapón de basura de la presa Los Cuartos aumentó la inundación
La Jornada
Las prácticas latifundistas están de vuelta y la tendencia va al alza
Juan Carlos Pérez Castañeda
Gobernanza y Sociedad
La Jornada Maya