Dicen los que saben que la sucesión en Yucatán ya está en marcha, que por lo menos en el lado de la derecha ideológica ya pusieron fechas perentorias. Es decir, esto ya arrancó. El gran reto como sociedad es que el inicio pleno de la disputa por el poder no polarice al estado, no incremente las tensiones sociales y no traiga un discurso del enfrentamiento.
Yucatán es el estado más seguro del país, lo es porque tenemos al que es probablemente el mejor secretario de Seguridad Pública de México -el comandante Saidén- y la policía estatal ha preservado su capacidad para disuadir y controlar todo el territorio. Esa es la razón concreta y operativa que mantiene la seguridad. Sin embargo, la razón de fondo para explicar la capacidad de la entidad para mantenerse en paz frente a la nube del crimen organizado que cubre buena parte del territorio nacional es cultural.
Nuestro estado ha mantenido su tejido social y su vigencia como comunidad efectiva, y eso ha sido el gran escudo contra las organizaciones criminales. La policía de Yucatán ha sido percibida tradicionalmente como una policía de todos. El destino de la entidad ha sido adoptado como un destino en el que habrá oportunidades y bienestar también para todos. La sociedad entera se identifica con sus instituciones y las siente suyas. En el estado hay un Estado: un territorio singular, una población con identidad común fuerte y un gobierno que funciona.
El 2024 no puede poner en riesgo eso. Pase lo que pase, debe mantenerse esa identidad común y no podemos tirar por la borda las instituciones de gobierno. Eso implicará que unos no abusen de ellas para ganar la elección y que otros no prometan demolerlas como revancha por las injusticias reales o percibidas de un sector muy importante del electorado.
Yucatán se merece una disputa política con moderación y hasta propuesta seria. Si el discurso se va a los extremos, si todo se vuelve descarnado, si en el camino para quedarse o adueñarse de la casa común alguien decide prenderle fuego, los perdedores seremos todos, nuestra colectividad.
El camino a la elección no puede convertirnos en enemigos, no puede transformarnos en rivales irreconciliables, no puede partir a Yucatán en dos, porque ahí sí todo estará en riesgo y nuestra tierra perderá su excepcionalidad positiva. La disputa por el futuro del estado no puede sembrar condiciones, odios o rencores que hagan que ese porvenir sea uno marcado por el desencuentro entre los propios ciudadanos o -más grave aún- entre los ciudadanos y sus instituciones.
La democracia requiere que quienes compiten en ella no sólo respeten la ley, sino también respeten ciertos límites éticos y de conducta no escritos. La democracia, dicen los británicos, requiere de buena voluntad y de una conducta con un mínimo de decencia para funcionar y que realmente sea la mejor forma de gobierno.
El 2024 para algunos será la coyuntura que han esperado durante toda su trayectoria política, para otros será la persistencia e insistencia por llegar al poder, para unos cuantos la última llamada a misa. Lo importante es que el 2024 no se convierta en un juego de todo o nada, de suma cero, de es “mío o de nadie más”.
Yucatán no corre riesgos de gobernabilidad en el corto plazo ni su seguridad pública pende de un hilo. Precisamente por eso, la competencia política tiene la obligación de ser factor de certezas, porque el gobierno y sus instituciones son al final patrimonio de los ciudadanos y no premio para el simple ganador de una elección. Que la competencia no se convierta en batalla, es lo mínimo que los yucatecos merecemos.
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