Sin palabras, trabajando. Así llegamos al miércoles, que fue nuestro octavo aniversario. Nuestras páginas estuvieron ausentes de felicitaciones, de fotografías de años pasados, de relatos de lo que ha sido sacar adelante número a número este periódico, de artículos dándonos ánimos, de diseños conmemorativos en K’iintsil.
Para el equipo de La Jornada Maya fue un día más, como muchos otros a lo largo del año en los que lo importante es detectar la nota que debe destacarse como principal, la espera por la que está programada para llegar tarde, en fin, un nuevo intento por manufacturar un buen periódico, a la altura de las expectativas de nuestro público lector.
De ninguna manera implica que nos haya abrumado el trabajo diario. Lo tomamos como un signo de madurez. En la infancia, todos esperamos nuestro cumpleaños como un día especial, en el que somos el centro de la atención. Eventualmente la fecha va perdiendo notoriedad hasta para uno mismo porque se tienen obligaciones con el mundo exterior: de la escuela a la vida laboral, a los cambios por los que atravesamos durante la vida, porque también vamos adquiriendo otros aniversarios: de la pareja, de los familiares, de trabajo, en fin. Por lo general pasamos a celebrar en múltiplos de cinco o 10 años.
Este año, en nuestro impreso, optamos por evitar vanagloriarnos. Como en las sociedades de antiguo régimen, creemos, hemos festejado en nuestras planas un año más de supervivencia. Estamos ya en una edad en la que se nos augura una mayor esperanza de vida, aunque para las empresas esto siga siendo un desafío mayúsculo.
Porque vaya que hemos superado obstáculos: desde las dificultades propias de echar a andar la empresa e ir encontrando al mismo tiempo lectores y anunciantes, siguiendo por conformar un equipo comprometido con el proyecto editorial; luego, crecer la plantilla de personal porque era necesario, al igual que crear departamentos especializados además del impreso; aquellos que comenzaron haciendo prácticamente de todo fueron decantándose hacia un área de trabajo específica, abriendo espacios para nuevos compañeros.
El mayor reto ha sido el mismo que le tocó a la humanidad en 2020. El Covid-19 no fue sólo el desafío de permanecer funcionando como empresa. Coincidió con el relevo de nuestro director fundador y que nuestra capitana, Sabina León Huacuja, posiblemente una de las directoras más jóvenes de un periódico en la historia del periodismo mundial, pusiera las manos sobre el timón cuando ya se veía la tormenta en el horizonte
De la pandemia, al igual que muchos, hemos salido con daños, con pérdida de seres queridos algunos, con la salud quebrantada otros, pero nadie indemne. Pero este barco, al que un día un grupo de locos se propuso hacer que atravesara la selva, tiene una tripulación que ha aprendido a dominar el velamen, a leer las mareas y escudriñar en el horizonte. Son ocho años cumplidos, y ya no nos cocemos al primer hervor.
Hace menos de dos meses llegamos a los 2 mil números publicados. Entonces dijimos que la cifra palidece frente a periódicos cuya trayectoria es mucho más amplia que la nuestra y que son un referente incluso entre la prensa nacional. A ellos, siempre, nuestro respeto; hoy hemos optado por concentrarnos en el trabajo y seguramente tendremos próximamente un festejo que será el rencuentro entre directivos, equipo de edición, editorialistas y amigos de La Jornada Maya, nuevos y de los primeros días.
Un año más, sí, pero es momento de concentrarnos en ofrecer un buen periódico para mañana. A enfocarse en el cierre, un día más.
Edición: Ana Ordaz
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