Este libro representa un esfuerzo conjunto de ocho personas que, en un momento de nuestra madurez, decidimos arriesgarnos y tomar la pluma para sortear territorios desconocidos. Todos ya teníamos detrás de nosotros una larga trayectoria, innumerables búsquedas y recorridos profesionales en distintas ramas de las ciencias sociales. Sin saberlo en un primer momento, andábamos buscando nuevos desafíos.
Infancias nos hizo empujar nuestros límites, salir de nuestro panorama conocido y hallar formas de investigar, pensar, sentir; volcar en la escritura una narración más libre, más viva, más expresiva. El quehacer propuesto se convirtió en una actividad que nos alejaba del conocimiento fragmentado impuesto por la llamada ciencia occidental y nos hizo entrar en consonancia con la práctica ancestral de la narración de historias y experiencias. Nos lanzamos a contar la vida.
Nuestras narraciones no eran más parte de la reverenciada historia con mayúsculas. En su multiplicidad y riqueza, nuestros textos no podían ser atrapados en una sola disciplina, sus extremidades se negaban a ser constreñidas, eran libres. Nos sumergimos entonces en la memoria personal sin perder de vista lo que sucedía alrededor: acontecimientos sociales, transformaciones económicas y culturales. Así fueron brotando prosas honestas, singulares, hermosas. El gozo de la escritura emprendió su vuelo y conseguimos desprendernos de inhibiciones, escarbando en lo personal, lo íntimo, esa esfera que tantos consideran intrascendente pero que conforma el sustrato de la vida misma. Un atrevimiento que ahora surgía con fuerza a la superficie y se plasmaba en la página.
Si antes habíamos sido lectores, a veces voraces, de textos literarios y algunos incluso habíamos publicado novelas o cuentos, ahora surgía la posibilidad de abandonar el anquilosamiento académico y lanzarse a un tipo nuevo de libertad narrativa, un experimento que reunía la historia con la literatura.
Nos encontramos frente a la oportunidad de ver el mundo y nuestra vida desde una mirada fresca. La oportunidad de dejar a un lado las grandes teorías, los campos de especialidad cada vez más acotados, la feroz competencia en el ámbito académico, las trampas de los estímulos y el Sistema Nacional de Investigadores, los informes y reportes burocráticos que nada tienen que ver con el descubrimiento de conocimientos nuevos.
Este proyecto conjunto nos hizo sentir parte de algo entrañable, que tendía redes de solidaridad como las de antaño, hoy tristemente en desuso, casi olvidadas. Fuimos tejiendo una red de apoyo, un vínculo afectivo, un espacio de confianza para decir, para hablar de nosotros mismos.
Y es que la amistad estuvo ahí desde el inicio. Conocí a Carlos San Juan en los pasillos de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, entonces en el anexo del Castillo de Chapultepec, hace ya casi medio siglo. En ese tiempo hemos compartido todo tipo de experiencias; nos hemos preocupado por las transformaciones y el rumbo de México y el mundo, hemos intentado resistir la tecnocratización creciente de las ciencias sociales y su puesta al servicio de los poderes económico y político dominantes. Pero, sobre todo, hemos sido buenos amigos.
Cuando propuse la idea de este texto a Carlos, su respuesta fue del todo entusiasta. Las primeras cuartillas de planteamiento del proyecto volvieron a mí más sólidas gracias a su pluma. Muchas de esas primeras páginas fueron escritas a cuatro manos, en un ir y venir entre su computadora y la mía. Escrituras y reescrituras. Hasta que llegó el momento de mostrarlo a quienes pensamos podían sumarse a esta aventura. Y encontramos excelentes cómplices para la travesía.
Todos ellos mostraron una gran disposición y compromiso para subirse al barco y, sin saber a ciencia cierta el destino, navegar por mares desconocidos. El desafío en un principio pareció colosal, plagado de dudas que juntos fuimos sorteando. Nuestras reuniones a la distancia por vía tecnológica nos ayudaron a sentirnos más confiados. Primero exploramos el terreno, hablamos y escuchamos a los demás; tomamos decisiones grupales. Juntos decidimos que este primer libro, que hoy presentamos, abordara el período más feliz y despreocupado de nuestras vidas: la infancia. Juntos nos apoyamos, a pesar de lo incierto del camino inicial, en la búsqueda de nuevas formas de expresión.
No estuvimos solos en nuestra búsqueda. Encontramos inspiración y orientación en grandes escritores que habían abordado un reto similar al nuestro. Nos acompañaron Stefan Zweig, Annie Ernaux, Jean-Paul Sartre, entre otros; revisamos sus palabras acuciosamente.
En el trayecto emergieron un cúmulo de vivencias, de experiencias, de emociones; siempre pasa cuando nos movemos en la esfera de la memoria personal, subjetiva e íntima. Con afecto y cuidado nos volvimos guardianes de las vidas de los demás que empezaban a reflejarse en la página. Y fuimos entrelazando esa memoria personal con los “grandes acontecimientos”, los procesos en los que transcurrían. Fuimos testigos de historias que cobraban vida, que emergían desde lo más profundo de nuestra subjetividad y se entrelazaban con el contexto nacional y mundial. Conseguimos desdibujar la distancia tradicional entre el sujeto observador y el objeto o mundo observado. Nuestras vivencias se volvían parte de un proceso mayor y éste era afectado, inevitablemente, por nuestra subjetividad.
A través de estas líneas he intentado mostrar los recovecos que habitan debajo del libro que ahora pueden tener en sus manos. Me doy cuenta que, como señalaba Carlos con su característico sentido del humor, si sumamos el tiempo que los autores han hollado este planeta, este libro acumula las experiencias y vivencias de más de medio milenio.
Abrir las puertas a la subjetividad y permitir que afloren las memorias discretamente escondidas; desplegar las emociones que les rodean y acompañan con toda su riqueza; vislumbrar los acontecimientos que los circundan y dan forma, produce un efecto enigmáticamente mágico. Cuando empezamos este proyecto ignoraba que sería un viaje de dimensiones tan profundas y transformadoras, que junto con mis compañeros de travesía: Carlos San Juan, Jaime Bali, Jorge Fernández, Maya Lorena Pérez, Claudia Mónica Salazar, Ilán Semo y Claudio de Jesús Vadillo contribuiríamos a la construcción de un espacio de creación y crítica honesta y constructiva, y que la experiencia sería profunda y trascendental.
Se conoce contra lo conocido, sugería el célebre Gaston Bachelard. Para acceder a nuevas verdades de nuestras múltiples historias habremos de sumergirnos en las profundidades de nuestras memorias, explorarlas con valor y extraer el saber que ocultan.
*Enrique Montalvo es profesor investigador en Historia del Centro INAH-Yucatán
Coordinadora editorial de la columna: María del Carmen Castillo Cisneros; profesora investigadora en Antropología Social
Edición: Mirna Abreu
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