Opinión
La Jornada Maya
17/09/2024 | Mérida, Yucatán
Hace unos días, dos buenos amigos me enviaron sendos comentarios acerca de la opinión que expresé la semana pasada en este medio. Como ambos comentarios tienen algunos rasgos en común, me han hecho pensar (entre otras cosas, porque me han hecho pensar mucho, como suelen hacer los amigos) que no logré dejar claro lo que quería decir al hablar de la mayoría ensordecida. Uno de ellos me dice que “la democracia no ofrece suficiente espacio para todos, sólo para las mayorías…”. El otro sostiene que a “las clases medias y altas nos cuesta imaginar lo mucho que el pueblo mayoritario ha sufrido”, que “nos cuesta trabajo entender que esa gran mayoría ha sufrido en carne propia este sistema judicial tenebroso y corrupto” y que “la diversidad y la diferencia ahora coexisten en paz, y eso es uno de los grandes fundamentos de la democracia”.
Los dos comentarios descansan en la premisa de que la solución democrática se reduce a determinar cuántos miembros de un colectivo social (nación, estado, municipio, comunidad u otro) comparten una narrativa determinada. Si son más de la mitad, son mayoría. El resto no es más que una minoría que se les opone, y por tanto no merece la pena escucharlos, considerar sus demandas y expectativas, ponderar sus críticas y argumentaciones, o tener en cuenta sus diferentes requerimientos, así sean absolutamente legítimos. A mí me parece que el asunto es mucho más complejo que esto. Trataré de esclarecer mi punto de vista en el breve espacio de que dispongo.
Para empezar, estoy convencido de que no existe una minoría, esa a la que se le dice una y otra vez que ha perdido, y debe por lo tanto asumir su sitio y callar. El hecho de que uno haya emitido un voto distinto al que seleccionaron los electores mayoritarios, ni lo convierte en un perdedor, ni lo condena al silencio y al ostracismo. Somos, no me cansaré de decirlo, un batiburrillo de minorías. Incluso la mayoría es un conjunto de minorías que coinciden en algunos puntos, y se diferencian en muchos otros: también al interior de “la mayoría” hay voces que disienten, dudan y critican, nada exige que para ser parte de un esfuerzo mayoritario hay que renunciar a pensar, y limitarse a repetir lo que la minoría a la que le hemos otorgado la misión de gobernarnos nos indique como verdad incontestable.
Si es cierto, como no dejan de decirnos uno y otra vez, de una manera por cierto francamente reduccionista que democracia es igual que demos más cratos; y demos es pueblo y cratos gobierno; y por tanto es “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” entonces, si la democracia funciona, nadie resulta perdedor tras elegir un cuerpo gobernante, y nadie queda fuera: o aquí cabemos todos, o no cabe ni dios.
Es cierto, por otra parte, que siempre hemos sido gobernados, explotados, perseguidos, reprimidos, ignorados, insultados, menospreciados, reprimidos y demás, por una minoría que concentra el poder económico y político. Hoy nos gobierna otra minoría distinta, que se dice representante de “el pueblo”, y con esa voz descalifica, menosprecia e ignora a todas las voces minoritarias (así sea que formen parte de la mayoría que la encumbró en el poder) que la cuestionan o la critican. Aunque fuera verdad que, como dice mi amigo, “la diversidad y la diferencia ahora coexisten en paz” y “no se les intenta eliminar, ni desaparecer del planeta”.
Edición: Fernando Sierra