Opinión
José Juan Cervera
20/11/2024 | Mérida, Yucatán
El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, inaugurado en 2022, ostenta en su nombre un valor simbólico y reivindicativo que trasciende los honores de expediente muerto y rutinario. Entre las figuras de la Revolución mexicana, acaso ninguna como la suya permanecía confinada en la penumbra de un segundo plano que, a fuerza de diluir el sentido de una trayectoria que puso por delante la integridad ética, ameritaba justicia histórica y atención a su persona.
Los escasos acercamientos biográficos, testimonios y estudios que tratan de él contribuyen, junto con el diario del militar hidalguense, a poner en claro sus acciones y sus ideas, que cobran un relieve distinto en la novela La noche de Ángeles (1991), de Ignacio Solares (1945-2023), a la que su autor concedió un lugar preferente entre todas las que escribió. Sus puntos de afinidad con el sujeto novelado, en vez de entorpecer la eficacia del relato, se resuelven en un efecto narrativo de contención estilística que evade las trampas del sermón de aldea que otras variantes más burdas hubiesen privilegiado.
El regreso del segundo exilio de Ángeles para incorporarse a las menguadas fuerzas de Francisco Villa tras disolverse la División del Norte, toma como escenario el curso del río Bravo hacia la oscuridad metafórica de las perversiones del poder instaladas en el país; así se alza en un impulso postrero que se bifurca en el rencuentro con los principios que suscribió Madero. La noche de Ángeles es una puesta al día de aquella otra en que compartió el encierro con el presidente depuesto tras concretarse la traición de Huerta. La voz que lo llama de vuelta a México puede interpretarse como la conciencia patriótica fundida en el espíritu del mandatario asesinado en 1913, aquel convencido de los designios del más allá que mostró una conducta intachable en su vida personal y cuyos sentimientos humanitarios en el ejercicio público tejieron lazos estrechos con el general Ángeles.
Los recuerdos y las premoniciones, la voz que interpela y los significados de fondo brotan sentenciosos durante el recorrido que Ángeles, enfermo y melancólico, apenas puede sobrellevar. La secuencia de episodios rememorados señala momentos clave de sus desplazamientos castrenses, sus escrúpulos puestos en contrapunto con la bajeza de sus rivales y las contradicciones en que incurrió sin remedio como hijo del mundo falible. En esta suma de crispaciones internas y de conflictos devastadores, el estrépito de los combates provoca rudos aprendizajes de vida, aun para quien demostró en cada paso talento estratégico.
El autor asienta, en una entrevista, que sólo personas como Felipe Ángeles pueden orientar una regeneración en los usos políticos del país, en vista que los sucesores inmediatos de Madero torcieron las expectativas democráticas que el proceso revolucionario puso en marcha. Pero los perfiles honrosos son precisamente los que más obstáculos hallan para desenvolverse en el saneamiento de vicios arraigados en la estructura administrativa nacional y en los poderes que la rigen. Un temperamento como el suyo tenía que chocar con naturalezas codiciosas y vanas como las de Carranza y Obregón.
Solares hace acopio escrupuloso de la información disponible acerca del protagonista de su obra, si bien es su inventiva literaria la que organiza y pule los hechos sensibles de la trama. El arte de extraer vetas luminosas de la materia opaca que colma la historia discurre por el trazo del ser profundo, y escudriña personalidades cuyo afán más imperioso en cristalizar postulados que juzgan superiores a lo ya conocido. La tentativa de abrazar una nueva realidad, cuando se refleja en una obra literaria, adquiere tintes inusitados y multiplica sus rastros en enfoques frescos, sugestivos.
Nada más lejos de un panegírico que esta novela porque no distorsiona el carácter de su personaje, y en cambio lo presenta en el rango de humanidad que connotó su trato, sin limitarse a su conducta en el frente de batalla, sino que deja apreciar también su vida familiar y su cultivada afición lectora. El reconocimiento sincero que sus subordinados hicieron de sus cualidades, e incluso sus adversarios, así lo demuestra. “Porque era verdadera veneración la que sentían sus soldados por el general Ángeles”, según expresaron sus oficiales en varias ocasiones. Aun estilos de acendrado brillo y plumas virtuosas rozan apenas la hondura de un alma compasiva, envuelta en la paradoja de empuñar las armas para causar el menor daño posible con ellas.
Con apego en evidencias documentales y en registros de la memoria colectiva, Solares expone los rasgos múltiples de Felipe Ángeles como agente de cambio, intelectual, cristiano sin dogmas y socialista en potencia, con semejanzas que lo aproximan a otros hombres y mujeres de distintos períodos como la Independencia y la Reforma, en abono de una simiente que pugna por despejar caminos sinuosos hacia la plenitud.
Edición: Fernando Sierra