Opinión
La Jornada Maya
01/06/2025 | Mérida, Yucatán
Entre retrasos de apertura de casillas, ausencias de funcionarios que inicialmente dijeron que sí aceptaban e incluso acudieron a las capacitaciones que proporcionó el Instituto Nacional Electoral (INE), pero sobre todo en un ambiente de indiferencia, salvo por unos cuantos votantes que a duras penas alcanzaron el 13 por ciento del padrón electoral en las entidades de mayor participación, se llevó a cabo la primera elección judicial conforme al actual marco constitucional.
El ejercicio no es realmente inédito. Entre 1824 y 1915 se celebraron elecciones mediante las cuales, cada cuatro años, se renovaba a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). El procedimiento fue, por varias décadas, mediante sufragio indirecto: eran las Legislaturas de los estados las que escogían a quienes integrarían el pleno de la Corte. En cuanto al ámbito local, cada entidad establecía sus mecanismos para designar a quienes serían magistrados de su respectivo Tribunal Superior de Justicia, jueces de primera instancia y jueces de paz. En algunos casos, como Yucatán, todos estos cargos eran elegidos mediante sufragio universal, aunque es necesario especificar que esto se entendía por el voto de todos los varones que tuvieran la calidad de ciudadanos, y esto incluía a los sirvientes de las haciendas.
Este 1 de junio, habrá quien diga que los comicios transcurrieron en tal calma que ningún votante se atrevió a alterarla. Por otro lado, entre quienes asistieron fue notorio el uso de un “acordeón” personal. Ya fuera en una hoja de papel, una libreta pequeña o en el teléfono celular, muchos se apoyaron en notas realizadas previamente para emitir su voto.
Pero aquí debe reconocerse que, entre quienes acudieron a votar, muchos elaboraron su instrumento de apoyo a partir de investigar a cada candidato. Es decir, ignoraron la voz esgrimida por otros que aseguraron que “vamos a votar por desconocidos”. La información, tal vez breve pero sí sustanciosa, estuvo disponible a través de la página de Internet del INE. Alguien pudo haber hecho alguna búsqueda más amplia con respecto a quienes llamaron su atención como para brindarle su apoyo.
Cuando se habla de un voto informado, quien queda en ridículo es quien se atreve a calificar de “tontos útiles en la destrucción del Poder Judicial” a quienes se presentaron ante las urnas. El comentario es hasta ofensivo para quienes se desempeñaron como funcionarios de casilla, todos vecinos de la sección electoral.
Las burlas, por supuesto, estuvieron a la orden del día. Lo mismo una marcha de protesta contra la elección, que calificó a la jornada de “domingo negro”, como comparaciones entre la cola para comprar tortas y tacos de cochinita pibil y la asistencia a las casillas. Resulta obvio que muchos se concentraron en satisfacer una necesidad primaria y otros se presentaron a ejercer un derecho.
El porcentaje del padrón electoral que acudió a las casillas este domingo es un indicador serio: es el número de personas que cree que la democracia puede ampliarse y que al participar tiene también la obligación de informarse, y que incluso puede resistir a los candidatos que se anticipan como “impuestos” o favoritos de ciertos líderes de la élite política.
Debe extenderse un reconocimiento ciudadano a quienes estuvieron a cargo de las casillas, no sólo porque dedicaron el tiempo a recibir la capacitación, sino porque cumplieron con el propósito de recibir los votos, en una jornada marcada por las altas temperaturas que hicieron lo propio para disuadir la asistencia. Les ha correspondido también hacer un primer conteo del cual se constatará que el número de sufragantes coincida con el de votos emitidos -válidos o no -, lo que de antemano impide que aparezcan más boletas de las que fueron depositadas en las dos urnas.
Habrá que reconocer que esta elección la definirá una minoría, pero es la que respondió al llamado a votar y entre estos hay un porcentaje importante ciudadanos que se tomaron en serio esta calidad y sus boletas no reflejan otra cosa que su voluntad.
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Edición: Fernando Sierra