Opinión
Felipe Escalante Tió
13/06/2025 | Mérida, Yucatán
La popularidad suele ser considerada como una cualidad positiva, como si estuviera asociada a las habilidades sociales de las personas o a que uno posee rasgos específicos que conducen a la estimación pública.
Pero ocurre que existe la otra cara de la moneda. Así como puede haber el consenso para que la opinión pública acerca de alguien goce de la aceptación generalizada, lo opuesto es también una realidad, y esto ha sucedido en todas las épocas.
Un ejemplo magnífico acerca de cómo se creaba este consenso, pero también cómo se fortalecía la percepción acerca de una persona en particular lo encontramos en el periódico El Ciclón. Semanario humorístico de caricatura, una publicación que se especializó en los espectáculos que tenían lugar en los teatros de Mérida, por lo que, a pesar de su subtítulo, estaba desligado de la actividad política. Claro, debe aclararse que, cuando El Ciclón vio la luz, el gobierno de Yucatán estaba en manos del general Salvador Alvarado, y que el régimen preconstitucional no era precisamente afecto a que la oposición tuviera espacio en los medios de comunicación.
Era el otoño de 1916 y El Ciclón se apresuraba por romper algunos moldes. A diferencia de los semanarios ilustrados que surgieron en la entidad durante el porfiriato y la etapa maderista de la Revolución, era de 16 páginas, con dibujos de muy buena manufactura. Pero si se piensa que la prensa de espectáculos solamente entretiene, estaríamos sumamente equivocados.
Desde su primer número, El Ciclón lanzó una convocatoria poco usual, llamando al público a responder “¿Cuál es el cómico más malo?” Los concursos a través de la prensa no eran habituales, pero quien se anime a revisar la hemerografía de la segunda década del siglo XX puede encontrar varios. Lo excepcional es que no era una elección relacionada con el carnaval o para indicar al favorito en algo, sino para que quedara establecido quién era quien peor desempeño tenía en el escenario.
El premio era, además, un boleto hacia afuera de Yucatán, y eso dependiendo de cómo el “ganador” recibiera la decisión del público. La primera semana, los votos recibidos fueron todos “nominales”; es decir, según las bases que estableció el periódico, el cupón que un lector enviaba, debidamente firmado, nombrando a su candidato. Estos equivalían a un solo sufragio, pero había otra categoría: los “razonados”. Aquí, el remitente exponía los motivos por los cuales el cómico que mencionaba debía recibir el “premio”.
Poco o nada de información nos ha llegado acerca de los artistas que actuaban en Yucatán en ese entonces. Muchos pertenecían a compañías que realizaban giras, y hacían alguna temporada en la entidad, lo justo para que el público los identificara por el apellido. Así, en la primera lista, publicada el 2 de noviembre, encontramos a Plascencia, con cinco votos; Hernández, con nueve, y Castell, con quince; y otros como Serra Salvó, Rovira, Varela, Chaflán, López Pozo, o al único que encontramos con nombre y apellido: Chucho Ojeda.
A la siguiente semana, el 9 de noviembre, comenzaron a recibirse “votos razonados”. Habían llegado dos, que equivalían a 10 “nominales”, para Antonio Saavedra. Aunque Castell retuvo el liderato, apenas recibió dos sufragios más, y la lista de candidatos creció a 15. Lo más llamativo fue que el periódico publicó las comunicaciones de los lectores que postularon a Saavedra. Uno de ellos, Carlos M. López, lo hizo en verso, mientras que el otro, Cirilo C. Cárdenas, hizo una exposición de motivos “lógica”, que deja la impresión de que había visto al actor en varias ocasiones.
López indicaba, en una sucesión de octosílabos, que no temía a que “me atinen un palo” por afirmar que el “Artista” era el más malo, y continúa:
¡Es malo porque al hablar
ya sea en cualquier papel,
parece que está llorando,
y un clown caracterizando,
solamente se ve en él;
porque en el género chico,
no le he podido ver nada,
y a la verdad este chico,
al buen público no agrada.
¡Cuando se le oye cantar
ganas nos dan de correr,
si aquello no puede ser,
no hay manera de aguantar!
En cuanto al juicio de Cirilo Cárdenas, el “mal llamado tenor cómico” no era merecedor de esta calificación porque “cantando no se le oye ni en la cuarta fila de lunetas”. Esta era su primera razón, del “cúmulo” que podía enumerar. La segunda era porque únicamente hacía aplaudir “en los papeles hechos (o sea, escritos por el autor con privilegio de risa) y que no se arriesga a hacer los papeles de creación exclusiva, del actor, como el Marqués de la Geisha que se negó a hacer”. En pocas palabras, Saavedra era incapaz de improvisar.
La lista seguía, cuestionando: “¿Es cómico el que cuando recita una escena en verso, o prosa, lo hace con la tonada que emplea un ciego al implorar la caridad en la puerta de una iglesia?”
Al término del concurso, Saavedra terminó imponiéndose y el periódico dejó constancia de que cumplió con una parte: publicar su caricatura, que es la que acompaña esta colaboración. Lo curioso es que la imagen brinda más datos acerca del cómico, como que era parte de la compañía de Héctor Herrera, antes de que surgiera el teatro yucateco.
Caray, viendo la afición al teatro, y al seguimiento que se hacía a los “cómicos”, pero sobre todo porque estos pertenecían a compañías de opereta y se les podía considerar preparados en música, canto, baile y actuación.
¿Qué pasaría si hoy en día se hiciera un concurso semejante? ¿Habría puntos extra para los “votos razonados”? Eso sí que sería otro nivel de democracia pero… es materia de otras notas y otros tiempos.
Edición: Ana Ordaz