Por: Andrés Silva Piotrowsky
Manejaba las tijeras a su aire; sus movimientos para alcanzar algún ingrediente propio de su oficio eran pausados, con ritmo, sin prisas. Me recordaba la mesura y dignidad del personaje interpretado por Anthony Hopkins en El mayordomo. Sólo recuerdo a un mesero con ese talante, del famoso restaurante El Danubio, de la Ciudad de México; se me va su nombre, pero por su parecido con el pintor oaxaqueño lo apodábamos Rufino; su forma de abordar la mesa era impecable, la atención que brindaba nunca era agobiante, incluso cuando sentía necesario hacer una recomendación, su manera de acercarse tenía la parsimonia de una danza.
Así era Don Pepe, nuestro entrañable peluquero de la colonia Alemán: delicado, discreto; pero también con un excelente sentido del humor y con grandes anécdotas para contar.
Su local originalmente se ubicaba en los espacios del recibidor en lo que fue el cine Maya, justo enfrente del famoso Parque de la Alemán, donde hoy se encuentra el centro botanero Colonos. Desde ese espacio y hasta el actual le dio atención a empresarios, artistas y políticos; de éstos, contaba sus conversaciones con el ex gobernador Luna Kan y decía con risas que a Rolandito lo “tusaba” desde que era nené, pues el padre de Zapata Bello acudía siempre a su peluquería.
Luego, los cambios que experimentó la colonia durante los últimos 50 años lo llevaron a situarse justo frente al mercado; ahí conserva viejos amigos, entre tablajeros y vendedores de lotería y de todo tipo de productos.
Cuando me tocaba cortarme el poco cabello que luce mi monda testa, mis hijas se burlaban diciendo que iba a pagar solamente por escuchar el chasquido de las tijeras de Don Pepe. Divertido con la anécdota, discretamente se acercaba a mi oído, antes de arremeter contra las patillas: ¿Hacemos la pantomima?
Don Pepe fue uno de los primeros lectores asiduos de La Jornada Maya, incluso algún día ocupó la primera plana con una entrevista realizada por Katia Rejón. El diario siempre estaba dispuesto para sus clientes y no pocas veces a lectores empedernidos del Diario de Yucatán, les increpaba: “¡Léelo, verás que buenos reportajes tiene!”.
Hace unos días pasé por su peluquería, me detuve unos instantes frente a los tradicionales cilindros con los colores rojo, blanco y azul que Don Pepe colocó muchos años antes de que aparecieran las nuevas barberías hipster; al verla cerrada, a causa de la pandemia, me dio un golpe de nostalgia. A las pocas horas me enteré que falleció, tras padecer dos dolencias graves y casi consecutivas en los últimos tres años. Vi una esquela en el periódico con el apellido Leites, pero no lo identifiqué; un amigo me hizo ver que se trataba de la misma persona.
Imagino a Don Pepe, marchándose discreto y con la gracia que lo caracterizó en su labor, de la cual hizo rito cotidiano, danza silenciosa, durante muchas décadas, entre espejos, tijeras ágiles y peines, toallas, vaselinas y otros afeites.
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