Opinión
La Jornada
14/07/2025 | Ciudad de México
Legisladores demócratas que visitaron el campo de concentración para migrantes construido por el gobierno de Donald Trump en una zona aislada en los pantanos de los Everglades, en Florida, expresaron su consternación por las condiciones inhumanas del recinto. Tras la visita, la congresista Debbie Wasserman Schultz denunció las condiciones “realmente perturbadoras y viles” y señaló que el sitio, “un espectáculo” en el que “abusan de seres humanos”, “debe ser cerrado de inmediato”. Por su parte, el representante Maxwell Alejandro Frost informó que al menos uno de los reclusos dijo ser ciudadano estadounidense.
Aunque algunos republicanos del grupo legislativo describieron el establecimiento como “limpio y funcional”, el hecho es que está compuesto por jaulas para 32 personas infestadas de insectos. Las descripciones obligan a recordar el infame campo de concentración que George W. Bush mandó construir en Guantánamo, en el ilegal enclave naval estadounidense en territorio cubano, para recluir a miles de infortunados a los que el gobierno estadounidense consideró sospechosos de terrorismo, los secuestró en decenas de países, los trasladó en vuelos secretos y los mantuvo presos por años sin juicio y sin informar de su paradero.
Esta exhibición de sadismo penitenciario, contrario a cualquier noción de derechos humanos, viene a alentar la secuencia de atropellos a las leyes estadunidenses en beneficio de la agenda de la persecución racista y xenófoba contra trabajadores extranjeros –del que incluso han sido víctimas personas naturalizadas– en la que ha incurrido el magnate neoyorquino desde su paso por la presidencia, y que ahora se repite con el beneplácito de autoridades del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), migrantes indocumentados.
Pero la demolición de la legalidad emprendida por la segunda presidencia de Trump no se limita a perseguir, acosar y encerrar a supuestos extranjeros, sino que se expresa también en una forma autocrática y facciosa de ejercicio del poder. Ejemplo de ello es el hostigamiento a funcionarios del Departamento de Justicia que han participado en la formulación de imputaciones contra el magnate republicano por el robo de documentos clasificados –algunos de los cuales fueron recuperados en parte oculta de su mansión en Mar-a-Lago– y por su responsabilidad en la insurrección golpista del 6 de enero de 2021 contra Joe Biden.
Prácticamente todo el equipo del fiscal especial Jack Smith, quien investigó a Trump y presentó denuncias en contra de varios de sus allegados por la organización del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Otro ejemplo alarmante en este sentido es el recurrente desacato de la Casa Blanca a sentencias judiciales.
Así pues, además de la hostilidad trumpiana contra el mundo en general, expresada principalmente en las amenazas de imponer aranceles como forma de chantaje y extorsión a los socios comerciales, y en el menosprecio al multilateralismo y las causas estratégicas de supervivencia de la especie, como la mitigación del cambio climático, hay una vocación inconfundible de Trump contra la institucionalidad y el estado legal y el avance hacia la autocracia.
Edición: Emilio Gómez