Opinión
La Jornada
09/09/2025 | Ciudad de México
Apena
s dos meses después de haber celebrado su decimoséptima cumbre, los dirigentes del grupo BRICS volvieron a reunirse para tratar la guerra comercial iniciada por el gobierno de Estados Unidos y trabajar por un orden internacional “más justo, equilibrado e inclusivo, capaz de reflejar las transformaciones en curso y responder de manera más eficaz a las demandas del Sur global”. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, convocante al encuentro virtual, denunció que “el chantaje arancelario está siendo normalizado como instrumento para la conquista de mercados y la interferencia en asuntos internos”, postura respaldada por su par Xi Jinping, líder de la economía más importante del bloque fundado por Brasil, Rusia, India y China, al que hoy pertenecen también Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Irán, Emiratos Árabes Unidos e Indonesia.
El diálogo de alto nivel supone una continuidad temática y simbólica a los grandes eventos acogidos por Pekín en semanas recientes: la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la ciudad de Tianjín y el desfile por el 80 aniversario de la victoria sobre el fascismo japonés en la Segunda Guerra Mundial, efectuado en la capital china. En ambos foros, Xi tuvo ocasión de mostrar su poderío económico y militar y, sobre todo, la consolidación de un liderazgo global obtenido de manera pacífica, fundado en el comercio, la colaboración, el respeto a la autodeterminación y el decidido impulso al conocimiento como palanca de desarrollo.
Más allá del peso económico y geopolítico del BRICS, dichos encuentros han evidenciado que ya son decenas los países que están decididos a avanzar en la construcción de un mundo multipolar, muy a pesar de los actos tan desesperados como contraproducentes que Washington despliega a fin de prolongar su hegemonía. Hace dos años, el entonces senador y hoy secretario de Estado, Marco Rubio, se quejó amargamente del acuerdo entre Brasil y China para evitar el uso del dólar comerciando en sus propias monedas. El republicano ultraderechista apreció correctamente que ello suponía la creación de una economía “totalmente independiente de Estados Unidos” que quitaría a Washington la capacidad de sancionarlos y vaticinó que en cinco años habría tantos países comerciando con otras monedas que el gobierno estadunidense no podría sancionar a nadie.
Desde su actual posición de poder, Rubio ha acelerado el proceso que tanto temía: al incrementar la presión sobre los supuestos enemigos y rivales de Estados Unidos, no ha logrado someterlos, sino unirlos. Quizá el caso indio sea el mejor ejemplo del continuo disparo en el pie que significa el trumpismo aplicado a las relaciones internacionales: desde su independencia en 1947, India ha pivotado entre Rusia (antes la Unión Soviética) y Occidente, en un juego de pragmatismo que la acerca a uno u otro bloque de acuerdo con sus propios intereses y las conveniencias coyunturales, pero siempre con un objetivo central: mantener su soberanía frente a cualquier exigencia de alineamiento. Con su torpeza y simplicidad, Trump empuja a Nueva Delhi a romper décadas de equilibrio y decantarse por Moscú y Pekín, dejando de lado incluso los irresueltos conflictos territoriales que mantiene con este último.
En suma, conforme el BRICS y otros países hacen realidad la multipolaridad, Estados Unidos se hunde en una creciente irrelevancia de la que no se vislumbra salida, por más berrinches que hagan Trump y los agresivos fundamentalistas que lo acompañan.
Edición: Estefanía Cardeña