Opinión
La Jornada
15/09/2025 | Ciudad de México
Unas horas después de que la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprobara por abrumadora mayoría (142 votos a favor, 10 en contra y 12 abstenciones) una declaración que demanda aplicar la solución de dos estados en Israel y la Palestina histórica, y cuando el primero intensifica sus acciones genocidas contra la población de Gaza y Cisjordania, el secretario de Estado del gobierno de Donald Trump, Marco Rubio, se reunió en Jerusalén con las máximas autoridades del régimen sionista, incluido el premier Benjamin Netanyahu, para manifestarles el respaldo de Washington.
Otros elementos ineludibles del contexto de tal visita son la reciente agresión militar israelí contra Qatar –en la que murieron seis personas– con el propósito de asesinar a los integrantes de la representación de Hamas, con los cuales el propio régimen israelí llevaba a cabo negociaciones para una tregua, y la devolución de los rehenes que esa organización aún mantiene retenidos en las ruinas de Gaza, donde ayer mismo las fuerzas de Tel Aviv mataron a cuando menos 13 civiles e hirieron a decenas en ataques a una tienda, un vehículo y una avenida. El propio Rubio, así como su jefe, se reunieron en Washington con el primer ministro catarí, Mohammed bin Abdulrahman al Thani, quien llegó a la capital estadunidense para denunciar “el terrorismo de Estado” de Tel Aviv.
A la luz de la visita de Rubio a Israel y del voto de Washington contra la más reciente resolución de la ONU, la desaprobación de la Casa Blanca al bombardeo israelí en Doha se revela, sin embargo, como un gesto meramente escenográfico destinado a contentar al gobierno catarí y a las otras monarquías de la península arábiga, todas ellas, estrechas aliadas de Estados Unidos. En los hechos, el gobierno de Donald Trump se confirma como cómplice de primer nivel del régimen de Tel Aviv en el genocidio de la población palestina y el despoblamiento de la franja de Gaza con propósitos de expolio y ocupación definitiva.
En este punto no cabría esperar algo distinto de Estados Unidos. Si bien el trumpismo gobernante ha llevado a grados de insólita procacidad su apoyo al exterminio de los gazatíes –como las ideas de Trump de convertir la franja en un destino turístico o de ofrecer criptomonedas a cambio del territorio a los legítimos dueños de Gaza–, no debe olvidarse que su antecesor, Joe Biden, mantuvo en todo momento el respaldo histórico de Washington a Tel Aviv y en ningún momento dejó de suministrar al régimen sionista las armas con que han sido asesinados decenas de miles de palestinos. Más aún, la rival demócrata de Trump en la elección presidencial del año pasado, Kamala Harris, no fue capaz de pronunciar una sola palabra en contra de una atrocidad que ya estaba en curso entonces.
A fin de cuentas, lo que Israel está haciendo a los palestinos se parece mucho a la política expansionista puesta en práctica por Washington en el siglo XIX, que tuvo entre sus más violentas fases el exterminio de los pueblos americanos originarios y el despojo territorial contra México. Más aun, la idea de “pueblo elegido” que los gobernantes de Tel Aviv esgrimen como pretexto para el asesinato en masa y el latrocinio de tierras combina muy bien con el “excepcionalismo” que, según el Estado estadunidense, le daría privilegios especiales y derechos por encima del resto de los países.
Resulta desolador que la dupla Washington-Tel Aviv no tenga contrapesos en la comunidad internacional, salvo las insuficientes, timoratas y tardías reacciones de Europa occidental ante el genocidio en curso y las declaraciones meramente testimoniales de los gobiernos –China, Rusia, Sudáfrica y Brasil, entre otros– que pretenden construir un orden multipolar.
En este panorama oscuro cabe saludar las crecientes expresiones sociales de repudio al genocidio, entre las que destaca la flotilla Global Sumud en solidaridad con Gaza. Y resulta reconfortante la demanda formulada por el gobierno mexicano a Israel de que respete los derechos de las y los connacionales que viajan en esos barcos generosos y que, junto con el resto de participantes en esa misión humanitaria, han sido declarados “terroristas” y agredidos con drones por el régimen sionista.
Edición: Ana Ordaz