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Oportunismo, un mal recurrente

Los procesos de transformación social presentan siempre contradicciones, sean avances o retrocesos
Foto: Jusaeri

Los procesos de transformación social presentan siempre contradicciones propias de la dialéctica que los impulsa, sean avances o retrocesos en el bienestar social, la cuestión es que en todo proceso histórico en sí mismo se observan factores, coyunturas y acciones producto del impulso colectivo, pero también de intereses individuales que tienden a buscar su beneficio sin que ello represente el avance de los cambios deseados, esto ya sea por oportunismo, desviaciones teóricas cuando hablamos de movimientos sociales de izquierda o revolucionarios, o por la reacción sistémica que busca mantener el statu quo y dejar todo como está, para así frenar los avances progresivos de un proyecto social. 

Esto no es nuevo, la historia tiene en sus registros infinitas muestras de cómo un proceso revolucionario fue desvirtuado por el oportunismo de quienes solo buscaron su beneficio simulando ser parte del cambio, cuando en realidad fueron piezas claves para el fracaso de la transformación. Ahora, en el presente, esos ejemplos siguen rondando las propuestas reivindicadoras de las causas sociales, disfrazándose de agentes de progreso, pero sirviendo al amo de la opresión. En sí, el oportunismo es una forma de degradación moral y ética que no vacila en corromper la esencia de quien lo practica, no sólo por ejercicio cínico que conlleva el decir que se está con una causa cuando en realidad se está contra ella, sino porque el oportunismo carece de valores sociales, lo que impide al oportunista a ejercer la autoreflexión y rectificar sus actos cuando es cuestionado o desenmascarado públicamente. Además, el oportunismo no sólo degrada a la persona que lo practica, sino que como fruto podrido esparce su putrefacción al interior del colectivo, desvirtuando proyectos y rompiendo la unidad. 

Esto puede verse con claridad cuando el o los oportunistas gesticulan discursos huecos que simulan el apoyo al proceso social y al bienestar colectivo, pero por debajo siembran la discordia con las viejas prácticas políticas de regímenes anteriores, que para nuestro caso mexicano son las mañas y las intrigas tan comunes en los reproductores del prianismo, que como un fantasma muy vivo recorre los pasillos de la transformación. La intensión del oportunista no es otra que favorecerse de manera personal del proceso sin importarle cómo, degradando su ser por un hueso o prebendas efímeras que jamás le darán el reconocimiento social y colectivo que tato añora. 

La historia contemporánea y reciente de América Latina tiene registros de cómo procesos progresistas y/o revolucionarios han sido víctimas de este mal recurrente en la política, y más cuando hablamos de partidos políticos de izquierda que con el afán de engrosar sus filas abren las puertas a casi cualquier persona, muchas veces sin importar las trayectorias reales y no las simuladas, siendo, además, de una ironía propia de una comedia, el hecho de que una vez que el o los oportunistas alcanzan una posición de poder, suelen ser ellos los que busca emprender una purga el interior del partido, movimiento social o colectivo, acusando a verdaderos militantes y/o integrantes del proceso de carecer de los valores y la moral necesaria para ser parte de la transformación, cuando la realidad es que la máscara con que se cubre el oportunista solo es un endeble reflejo de aquello que sabe que no posee como identificador personal y de aquello que anhela y envidia de otra persona, por eso el principal papel que juegan los oportunistas en los procesos de cambio y transformación social es el detener ese proceso mediante zancadillas a los líderes o a las vanguardias con el fin de erigirse a sí mismo como quien “representa los valores de cambio”, pero en el fondo solo busca poder y beneficio individual. 

De la misma forma, el oportunista suele presentarse como un “crítico” del proyecto, sembrando dudas en sus partidarios y divisiones que le permitirán colarse en las filas y los puestos al generarse rupturas, pero nunca presenta reales reflexiones que aporten ideas para la consolidación del proyecto, sino que su afán es que la base dude pero sin reflexión crítica, sin análisis de las coyunturas y sin propuestas de mejora, únicamente utiliza la intriga y la vileza del rumor para desmoralizar, y una vez generada la ruptura pueda pulverizar el proyecto. El oportunista es todo menos un intelectual, intenta aparentarlo con artimañas legaloides y discursivas, pero en realidad es parte del conservadurismo reaccionario que subsiste en las entrañas estructurales del sistema, por ello lo defiende y ataca los procesos reales de cambio y transformación.
Por eso, en la coyuntura que vivimos, miremos a nuestros lados para desenmascarar a los oportunistas que como fantasmas corroen los proyectos de transformación que buscan el bien común y la creación de una sociedad más justa y equitativa. Si el oportunismo avanza, el pueblo pierde. 


Edición: Estefanía Cardeña


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